(Reflexiones sobre los tratamientos familiares en espacios virtuales en tiempos del Coronavirus)

Alicia Monserrat

La familia que participa en esta sesión virtual sigue tratamiento terapéutico psicoanalítico grupal desde hace más de un año, y está compuesta de madre y padre de mediana edad tienen un hijo de 4 años y una hija de 15.

Se han sucedido muchos acontecimientos desde la última sesión, que fue presencial como todas hasta ahora. El abuelo, de más de 80 años, ha superado la enfermedad del Covid-19 hace una semana y guarda cuarentena en su casa.

Madre: ¿Estaré infectada? No lo sé, pero por la dudas estamos todos con las mascarillas y la distancia de más de un metro. La situación exige que estemos en habitaciones separadas.

Analista: Sin duda la situación nos impone muchos cambios, como hacer este encuentro por este medio telemático.

Padre: Tenemos que reinventarnos. Mi padre acaba de salir del hospital y nosotros seguimos confinados.

La hija adolescente se queja y dice que “esto es un rollo” y el hijo menor juega con coches, trenes y aviones que invaden los espacios que habitan en común y se mueve sin parar.

La consulta de familia a través de la pantalla dibuja la posición del analista en reflejo con los otros; se intuye la fragilidad de los vínculos, tristeza con mucha ansiedad y la transformación de figuras que se expanden y que sienten el dolor de la existencia con nostalgia de lo que fuimos. Ahora nos vemos y oímos pero no podemos tocarnos estas sensaciones quedan suspendidas. Estamos en permanente proceso de dolor y duelo.

Los integrantes de esta familia describen la situación con lucidez y desazón, a la vez que acusan la irrefrenable aceleración de los tiempos y definen nuevas dinámicas de convivencia y vinculación afectiva, y también reflexionan sobre el aislamiento en los ámbitos públicos y la predominancia de lo doméstico.

Exponen la precariedad, la fragilidad amarga y la ansiedad de los cuerpos y las subjetividades. Están descolocados y no distinguen si el encierro es voluntario u obligado. Los niños expresan deseos y sentimientos contradictorios: “No me importa ningún abuelo del mundo”. “Quiero salir”. “No saldré nunca, debo salvar al mundo de la pandemia”, comenta la adolescente.

El uso de la cibernética ha irrumpido con peso dramático y voluntario durante el encierro. Las personas estamos inmersas en universos virtuales no solo para trabajar sino como refugios de privacidad y de exogamia familiar en el mejor de los escenarios. Y este es el caso del espacio terapéutico.

En apariencia tanto los padres como los hijos eligen una existencia esencialmente autónoma al margen de los mandatos impuestos por la cuarentena. Aluden precisamente a las obsesiones propias que habitan opresivamente espacios y tiempos indistinguibles, donde trabajo y ocio se confunden. Aquí se impone la referencia kafkiana a los estados larvales del sujeto prisionero y domesticado.

La coerción educativa es fuente de presión para que los hijos despierten de esos estados larvales. Ambos progenitores usan los dispositivos para acceder a los recursos educativos a través de los medios de comunicación; “los hijos sin título” están marcados por la fecha de caducidad del éxito social. O será el deseo de que esta tragedia termine.

Aparece el conflicto con límites. La incertidumbre envuelve un sentir plagado de realismo escéptico: la pandemia se propaga; la cuarentana se extiende en representaciones tenebrosas y mesiánicas; al final de esta pesadilla vendrá la resurrección; la calma y la esperanza aparecen en la Semana santa, que coincide con la sesión terapéutica.

Puedo observar sus rostros uniformados por expresiones neutras que replican como reflejos especulares al mismo individuo en representación de muchos; no obstante subyace en ellos el sentimiento de que salvar a uno es salvarnos todos. La imagen del otro en mí, la alteridad reencontrada en la ausencia.

Emerge en la consulta el imaginario de la “generación perdida”, embestida por una crisis que no solo trunca vidas sino expectativas, y hace mella en la subjetividad sin horizonte global. Se alude a que se desploma la economía y que esta es “Peor crisis que la del 29”. Preguntan: “¿Qué hace este virus, nos arrasará a todos por igual?”.

Se acentúa la inquietud generada por la amenaza de la muerte. Ante la presencia de un peligro y la ausencia del otro, aparecen lugares de memoria y significados constituyentes de la comunidad: la gripe española, las guerras mundiales, la Guerra Civil española, los exilios. Traumas acumulativos que desencadenan la reapertura de heridas.

En el interior del hogar, los abrazos virtuales se ofrecen en solitario, con cuerpos como máquinas, cosificados, el tacto anestesiado por los guantes aislantes, los miembros del grupo desorientados, despersonalizados, reeditan las dudas identitarias del adolescente o la infancia como agujero negro que activa una suerte de regresión perturbadora no exenta de inocencia.

La familia muestra sentimientos de reconciliación de las subjetividades expresadas como un sueño mutante, transformador. Reminiscencias del motor de los deseos infantiles que han transitado la metamorfosis de la pubertad y ahora sacuden al cuerpo social con la tragedia del Coronavirus como representación, acontecimiento. Podemos identificar esta figura a la vez como la del reconocimiento y la empatía con el dolor, el pesimismo, el enfado y el anonimato del que habita en la ciudad vacía. Y con el ritual de atravesar la ventana a las ocho de la tarde con los aplausos conmovedores intentamos reconciliarnos con nuestra fragilidad ante el regreso a un futuro incierto.

La experiencia de la cotidianidad presentificada en espacios virtuales nos ha obligado a los analistas de familia a “entrar” en los grupos familiares atravesando las pantallasventanas.

En este contexto, la frase “Hasta la semana próxima” que empleamos para “salir” del espacio analítico ha generado, no obstante, un nuevo tejido, una red que incluye el deseo de la presencia transformadora y de la continuidad sostenedora.

Esta novedosa situación nos reafirma a los profesionales en el compromiso de trabajar psicoanalíticamente en la búsqueda de sentidos al sufrimiento con re-significaciones sobre lo sorpresivo de acontecimientos como esta pandemia.

20 de abril de 2020