Sara Romero y Miriam Rosa

ORÍGENES

La organización de estas jornadas nos coloca en un momento evaluativo para mirarnos como miembros de APOP y reflexionar desde una perspectiva triangular nuestro presente, nuestro pasado y lo que puede ser nuestro futuro.

Algunos de los que fuimos alumnos de aquel primer curso de formación que arrancó en Sevilla en 2014 nos encontramos ahora siendo parte del equipo docente, y este salto cualitativo merece que nos paremos a reflexionar. Dónde estamos, de dónde venimos y adónde vamos. Las preguntas existenciales por excelencia.
Cómo nuestro grupo como grupo ha cambiado, y cómo nuestra tarea también. Éramos alumnos en un grupo de formación en psicoterapia operativa psicoanalítica y ahora somos miembros de la asociación y del equipo docente. Lo que este momento de transición nos supuso y nos supone en el presente, con las ansiedades y miedos que se ponen en juego, los obstáculos y las resistencias que afrontamos ante el cambio de rol, cada uno desde su estilo y contexto personal, también forma parte del proceso, en continuo progreso.

Nos dice Bauleo que el sentido del cambio está dado por el proyecto del grupo, que existe desde que el grupo se empezó a reunir para tratar determinadas tareas. Seguramente Felipe, Mila y Lola tenían algo de esto en mente cuando emprendieron la tarea de ofertar un grupo de formación en Sevilla, pero dudo que los que nos inscribimos en el curso pudiéramos atisbar que parte de la tarea implícita era transformarnos en herederos instituyentes. Dicho de un modo informal, no sólo nos enseñaron el oficio, sino que nos han traspasado también la pertenencia a la Asociación, APOP.

En la concepción de Pichón en toda situación de aprendizaje hay un sujeto que aprende, un objeto que se aprende y un tercero que sostiene o perturba ese proceso. En nuestro caso el tercero ha sido un equipo de coordinación contenedor y facilitador, sostenido también por la institución a la que pertenecen. Podemos parafrasear la conocida cita de Newton de que “si hemos logrado ver más lejos (y mejor) ha sido porque nos hemos subido a hombros de gigantes”. A lo largo de estos años nos han ido llevando de la mano en nuestro proceso. Primero como docentes, coordinadores y supervisores, luego como compañeros y coterapeutas.

EL INTERÉS POR LO GRUPAL

Yo acudí a formarme para aprender a coordinar grupos en mi ámbito profesional, ese era el deseo, basado en la necesidad de dar respuesta a una demanda clínica muy concreta. Las personas a las que yo atendía en el Hospital de Día diagnosticadas de TLP, más allá de todos los síntomas comportamentales que traían en primer plano, parecían estar obligadas a vivir unas vidas alienadas, contribuyendo inconscientemente a construir contextos interpersonales que repetían los que fueron traumáticos en su infancia y que les traían más sufrimiento. Si nos enfermamos en grupo (grupo primario) tenemos que curarnos en grupo, como nos dice Pichón. Y el aprendizaje del terapeuta grupal es necesariamente aprendizaje en grupo, incorporando la experiencia de lo relacional, la teoría y la práctica.

En mi caso, mi decisión de formarme en grupo operativo, era por el interés particular que despertaban en mí los grupos, por una necesidad de ampliar mi mirada, y de contar con herramientas para el desempeño de mi rol profesional, sintiendo además una insuficiencia en el saber instituido.

Para quien no me conozca, he llegado aquí por una serie de curiosas casualidades, y por tener la suerte de cruzarme en el camino con Lola Lorenzo.

En mi vida me ha acompañado el aprovechar las oportunidades que se me han ido brindando, en paralelo al esfuerzo formativo que iba haciendo en ese camino. Siempre en ese caminar surgía una alternativa con la que no había contado, eso ha condicionado una forma de ver el mundo y una forma particular de enfrentarme a él (podríamos hablar del espacio transubjetivo del vínculo ), desde la mirada de que las cosas no son elevadas a definitivas, pudiendo así descubrir alternativas no planteadas a priori.

Mi profesión se basa en los cuidados y el saber que nuestras creencias y valores influyen en los cuidados que brindamos, me hace ser especialmente cuidadosa con el hecho de repensarme.

No hay nada más temerario que el desconocimiento. En parte también está la necesidad de alejarme de las recetas y de los grupos e intervenciones en serie.

El RECORRIDO / EL PROCESO GRUPAL

Escribiendo estas reflexiones, recordamos como el deseo de aprender se encontraba con la dificultad para abordar nociones nuevas y entender los textos, pero que estimulaban asociaciones con lo que a diario nos ofrecía la práctica cotidiana y con nuestras experiencias laborales, familiares.

Constituíamos un grupo que procedía de distintas especialidades de salud mental (enfermería, psicología clínica, psiquiatría, terapia ocupacional), y con un bagaje teórico desde distintas orientaciones y maneras de entender el sufrimiento y la práctica asistencial. Residentes y adjuntos, con muchos o pocos años de experiencia. Un grupo de lo más heterogéneo.

Optamos por un modelo que aboga por la interdisciplinariedad de la que hablaba Pichón. Interdisciplinariedad en dos sentidos, por un lado, en el sentido de la creación de su ECRO por los aportes de otras disciplinas a la COG, y por otro, en el sentido de la heterogeneidad de los miembros y de los roles con una homogeneidad en la tarea. Quizás desde este enfoque podamos romper con los estereotipos con los que nos aproximamos al objeto de conocimiento, teniendo una oportunidad de confrontación que no suele darse en los grupos homogéneos.
Como dice Pichón, esta heterogeneidad de los grupos de aprendizaje nos permitió que cada uno de nosotros como miembro del grupo abordáramos la información recibida en común, aportando un enfoque y un conocimiento vinculados con nuestras experiencias, especialidad, estudios y tareas, llevando en un primer momento a la fragmentación del objeto de conocimiento, para ir posteriormente complementándolo, hasta llegar una integración o construcción enriquecida del objeto de estudio.

Podríamos hablar de la formación como apertura al mundo. En mi caso, la formación en grupo no solo me ha permitido afrontar mi tarea en el trabajo de forma distinta, sino que me ha aportado un nuevo sistema lector: Un ECRO enriquecido por la interdisciplinariedad de nuestro grupo, una forma más amplia de entender los procesos de salud y enfermedad, de entenderme a mí misma en relación a la institución, a mi equipo de trabajo, al fin y al cabo una forma social de entender el mundo. Para ello una necesita poner patas arriba el esquema referencial previo, pasando por momentos de confusión, y por ansiedades de pérdida, como decía Sara antes.
Llegamos al momento del pensar con otros, algo central en la formación que hemos recibido.

Como dice Ana Quiroga “El sujeto sale al mundo porque no puede resolver todo dentro de sí, lo que le falta lo busca afuera, en los vínculos”. El vínculo es nuestra forma de comportarnos en la relación con el otro. Estamos continuamente actualizando vínculos, esto ocurre en el encuentro con otros, en ese espacio de pensar juntos y de ir modificando nuestro ECRO que es como aprendemos, como señala Pichón. La idea de aprendizaje está ligada con la de vínculo, lo que quiere decir que es una característica de las relaciones que establecemos con otros, tanto externa como internamente, como nos indica Federico Suárez en su artículo Interpretación y Aprendizaje.

En la primera parte escuchábamos la información trabajada por el docente que nos iba esclareciendo aquellos puntos que se nos habían quedado incomprensibles o a veces nos confundía más, porque no resulta fácil poner en diálogo lo antiguo con lo nuevo. Siempre es difícil romper con los estereotipos con los que nos aproximamos al objeto de conocimiento.

Después en el espacio experiencial de grupo operativo seguíamos desgranando la clase, los textos, atravesados por nuestros conocimientos previos y experiencia en la práctica clínica. Algunos nos conocíamos de haber trabajado juntos, de reuniones de formación, de la época de la residencia. Otros eran nuevos e intentábamos entrever quiénes eran los otros, pero desde el desconocimiento, con muchas proyecciones. Ahora puedo reconocer como tratábamos de imponer nuestro grupo interno al grupo externo, como procurábamos hacer encajar a los demás en actores de nuestra trama vincular. Lo desconocido, lo indiscriminado, ese primer momento que Bauleo indica del funcionamiento grupal, ahora se me hace muy presente. No tengo una representación clara de lo paranoide, más allá de lo persecutorio que era rellenar la ficha o el miedo a expresar algo no pertinente, sí lo confusional respecto a la “tarea” que aparecía continuamente, ¿cuál era la tarea? , en general en el espacio experiencial en ese principio, nos quedábamos muy pegados a la teoría, quizás por temor a convertirnos en un grupo de terapia, estuvimos así un tiempo, como Miriam siempre decía: “escuchamos la letra pero no la música” .

Lo depresivo aparecía cuanto más consciente me hacía de mis carencias, de cuánto me faltaba, de lo que tenía que revisar o no entendía, de afrontar la inseguridad de estar entrando en un vasto territorio desconocido. Todos llevamos inscrita una idea de la grupalidad, pero aprender a pensar, a pensar con otros, a mirar un grupo más allá de lo manifiesto, detectar el latente grupal, las dinámicas que se juegan…es tan complejo. La modalidad de aprendizaje en GO supone un cambio al modelo tradicional, y creo que todos nos enfrentábamos en lo vertical y en lo horizontal al deseo de aprender juntos y compartir; y al miedo a desvelarnos, a convertirnos en un grupo terapéutico.

Compartíamos ideas, opiniones, dudas, expectativas y vivencias en lo manifiesto, pero en lo latente lo emocional, las fantasías inconscientes se iban trabajando. En el aquí y ahora grupal se ponían en juego y tratábamos de ir integrando conceptos a la vez que nos constituíamos como grupo. Progresivamente fuimos pasando de la indiscriminación a la discriminación.

La tarea era aprender a pensar con otros compañeros, pasando la información por la elaboración de lo emocional y lo que se movilizaba en la situación grupal: las ansiedades básicas, la resistencia al cambio, los roles. Recuerdo algunas intervenciones del equipo de coordinación, pero sobre todo recuerdo las aportaciones de mis compañeros y el ir reconociéndonos como personas más allá del rol profesional mientras construíamos un ECRO común. Nos preocupaba nuestro funcionamiento como grupo (¿estamos en tarea?, ¿no estamos en tarea?) y nos íbamos reconociendo cada vez más como sujetos, siempre moviéndonos en la dialéctica de lo individual y lo grupal, la intrasubjetividad y la intersubjetividad.

En esos años fuimos transitando el grupo, haciendo el proceso, con sus distintas fases, y como era de esperar se nos cruzó la vida, un afuera en el que íbamos cambiando de roles (de residentes a adjuntos, cambios de puestos de trabajo o de funciones, algunos se casaron, hubo embarazos, nuevos padres, madres…, pérdida de seres queridos), se cruzó la vida, se cruzó la muerte…. Y todo esto nos volvió a reactualizar, había que seguir integrando, cambiando para adaptarnos.

Una de las cosas que más caló en mí fue confrontar la idea que venía escuchando desde residente de que la institución es “una mala madre” con la idea de que los que trabajamos en la institución somos parte de la institución, que la institución la tenemos dentro, como siempre nos recordaba Felipe, remitiéndonos a la idea de transversalidad. La institución atraviesa todos los niveles de los conjuntos humanos”, no es un nivel de la organización que actúa desde fuera (leyes, normas) para regular la vida de los grupos e individuos, sino que es un nivel que llega a formar parte de la estructura simbólica del grupo o individuo. En definitiva, que es nuestra responsabilidad hacer contribuciones instituyentes aprovechando las fisuras en lo instituido. También el poder sentir y descubrir la importancia del sostén del grupo en los momentos confusos, paranoides o depresivos por los que transitamos en el quehacer cotidiano en la institución. Compartir las experiencias y lo que nos removían en un lugar de escucha y cuidado, me reconfortaba y fortalecía. Creo que eso me ha ayudado a repensarme como sujeto responsable y actor en los ámbitos en los que transito.

En el espacio de supervisión, del que tan carentes estábamos en nuestros lugares de trabajo, podíamos revisar nuestra práctica para ir modificándola en función de lo que íbamos aprendiendo y desde un espacio grupal de seguridad y contención. Yo necesitaba supervisar porque me había puesto a coordinar grupos de pacientes muy graves siendo bastante inexperta. Estudiar, asistir a cursos y ver grabaciones o leer transcripciones de sesiones son una forma de aprendizaje, pero se quedan cortos cuando una asume la coordinación de un grupo. Poder contar con este espacio, organizar el material para presentarlo, trabajarlo con el equipo de supervisión y con tu grupo, permite ir integrando la teoría en la praxis, ya sostenida y acompañada.

Es muy bonita esa idea de que es necesaria una función de soporte para aprender, la idea de “holding”, que señala a ese lugar del otro como sostén del proceso, de las ansiedades, de las idas y vueltas… Al fin y al cabo, estamos creando “matrices de aprendizaje”, formas de “aprender a aprender”, “de aprender a pensar”, tarea del grupo operativo. Nos dice Ana Quiroga: “Cuando decimos que aprendemos a aprender, estamos señalando que aprendemos a “organizar y significar” nuestras experiencias, sensaciones, emociones, pensamientos. Construimos así hábitos de aprendizaje, manera de percibir secuencias de conducta”.

Bleger dice: “preferimos el concepto de que el aprendizaje es la modificación más o menos constante de pautas de conducta… Entiendo por conductas todas las modificaciones del ser humano, sea cual fuere en el área en que aparezcan” y como reflexionan D. Vico y Emilio Iriazabal, el concepto de aprendizaje que tenemos es el de
aprendizaje terapéutico. Esto significa que aprendemos conforme cambiamos cosas de nosotros mismos y de nuestros vínculos. Por lo que el aprendizaje tiene que reunir una serie de condiciones que lo conviertan en un proceso de crecimiento, no de acumular información. Es por ello que el aprendizaje está incluido lo emocional. Pasar de la información de un sujeto pasivo a la dada sobre un sujeto activo. Elemento que surge: LA EMOCIÓN, LA AFECTIVIDAD. La Afectividad como dirección pasiva puesta en movimiento al ser golpeada por la información y a su vez dirección activa al ser motor de búsqueda de información.

En la concepción operativa de grupo se comienza con la praxis, y se va creando un modelo conceptual que se van retroalimentando mutuamente en una permanente espiral dialéctica. Esto es lo que más me gusta de este modelo, que es dinámico, y que llegas a ser consciente de que nunca tenemos un conocimiento completo, que tenemos que seguir aprendiendo como forma de avanzar. Cada relectura te coloca en otro punto
nuevo de la espiral dialéctica, por eso aquí nunca dejamos de releer los textos una y otra vez.

DUELO / EL CAMBIO DE ROL

Nuestro grupo de formación llegó a su fin tras 3 años de formación y 1 de especialización, de operar como equipo, de crear una red vincular. El duelo como es de esperar se asomó: había deseo de seguir juntos, había temor a dejar el lugar de alumnos, hubo intentos de hacer el típico postgrupo, ese “seguimos por nuestra cuenta”. Sabemos que hablar de final es hablar de duelos. Elaborar el final nos comprometió a todos, también al equipo coordinador… supongo…

Baz y Zapata reflexionan sobre las significaciones del final de un grupo: “Podemos decir que la despedida de un espacio colectivo, además de ser referida a los procesos de duelo tal como el psicoanálisis los ha concebido, referidos a la reconstitución subjetiva a que obliga toda pérdida (que, por otra parte, es la experiencia inevitable de la vida, ya que esta implica enfrentar una sucesión de pérdidas –las pequeñas ‘muertes’ cotidianas y otras pérdidas más traumáticas de seres amados, de vínculos o ilusiones–), nos ha llevado a preguntarnos por el papel específico de las experiencias colectivas en el devenir subjetivo, qué son los vínculos grupales y de qué tipo de pérdida estamos hablando cuando estos se terminan. Los caminos recorridos, en diálogo con la experiencia de un grupo que se despide de un espacio cotidiano de dos años de duración, nos llevaron a destacar la complejidad de este tipo de vínculo, que no se agota en la tarea común, sino que actualiza el posicionamiento ante los otros y ante el tiempo de la historia.

Y continúa, “…la disolución de un vínculo grupal remueve profundamente el diálogo con el mundo, lo fractura de alguna manera, pero también posibilita la renovación del compromiso vital ante el devenir, ante ‘el paso de vida’ que gesta la existencia humana”. … y así al pensar en ello, es como me sentí yo.

Atravesamos el duelo por la pérdida del grupo de formación, de lo vivido en él, de las relaciones con los otros, sobre todo aquellos que se fueron. La ansiedad depresiva nos lanzaba a la búsqueda de su continuidad a través de un curso más de especialización. Revisábamos los temas y nos iniciábamos en la observación, en la docencia, ambas experiencias integradoras que nos colocaban en otro lugar donde nos enfrentábamos a nuevos conflictos, o antiguos reeditados de otra manera, en un movimiento espiralado. Seguíamos nuestro proceso grupal en niveles de aprendizaje cada vez más integrados. Pasamos de ser alumnos que recibíamos una clase a alumnos que compartíamos la teoría con los compañeros como docentes y después a docentes de otros cursos. Y lo mismo con la observación.

Entiendo que no estaríamos hoy aquí si no hubiéramos aprendido esa cultura de lo grupal, porque una vez que se incorpora el ECRO hay un cambio en la mirada y la escucha y ya no se opera del mismo modo. Dicho de otra manera, una vez identificada y asimilada la tarea, surge el proyecto y de ahí la transformación del sujeto y medio. De aquel primer grupo de formación surgieron muchas y diversas experiencias grupales: espacios de psicoterapia de grupo en distintos dispositivos de salud mental, espacios de formación grupal específica, y programas de formación en grupo operativo en la institución pública como nos traen Leticia y Fernando, grupos Balint con residentes.

El aprendizaje supone un cambio, y esa es nuestra intención con lo grupal, crear un dispositivo para el cambio, pero el cambio supone ansiedades, de pérdida y de ataque, también ocurre en los grupos de aprendizaje de los que formamos parte.

Todo esto no solo sirve a nivel personal y profesional, sino que permite defender un modelo en la Institución en el momento actual de cambio, cada vez son más la personas que se interesan por el aprendizaje como grupalistas en contraposición con el modelo biologicista imperante. Y vamos siendo instituyentes en las respuestas que damos en nuestra práctica asistencial, en crear espacios de cuidados con una mirada más integral. El nuestro es un modelo que permite ser creativos, pudiendo instaurar / abrir dispositivos para dar respuesta a los distintos retos y necesidades de la demanda asistencial, y además permite repensarte ante la institución, ante el equipo de trabajo, bajo el paraguas de un esquema referencial (ECRO), que da sostén.
Hemos ido construyendo una trama vincular entre las personas que hemos participado a lo largo de los años desde un rol u otro del proceso de formación que nos ha permitido que incluso las condiciones asociadas a la pandemia COVID pudieran ser integradas de forma activa, fomentando la productividad y creatividad (una investigación en curso). Esa trama vincular ha ido creciendo con nuestra incorporación como socias a la Asociación, y formando parte de otros espacios de encuentro, supervisión…

El cambio de rol no ha resultado fácil, pero creo que el sentimiento de pertenencia, los vínculos creados y la incorporación de lo vivido en esa experiencia grupal nos ha hecho querer quedarnos este grupo (ahora un grupo grande: APOP) aunque supusiera dar el salto, asumir otras funciones, emprender otra tarea.

Hoy estamos aquí en un momento de insight, como decía al principio, de reflexionar sobre la historia de nuestro primer grupo y cómo hemos podido hacer una integración como grupo de nuestro funcionamiento, estructura y desarrollo evolutivo; para proyectarnos al futuro.

Seguramente lo que más nos ha costado ha sido elaborar las ansiedades básicas: el miedo a la pérdida de rol de alumno y el miedo al ataque, que representa la nueva situación de cambio y transformación. Pertenecer al grupo desde otro lugar, modificar los existentes una vez concluida nuestra experiencia de formación, aceptar que tenemos algo que aportar, superando la dependencia a través de la identificación con nuestros maestros se ha encontrado con no pocas resistencias. Sin embargo, hemos contado con un espacio seguro y confiable desde el que explorar y ensayar estos nuevos roles. Una “madre suficientemente buena” representada por APOP como institución. Integrarnos a la asociación que se propuso la tarea de formarnos y nos ha facilitado una estructura estructurante que nos ha permitido dar significado a la experiencia vivida desde un modelo relacional, transformándonos como sujetos y como grupo, y seguir cambiando nuestro entorno en un reciclaje permanente.

Llegados a este punto, tocaba dar un paso adelante, un paso de responsabilidad, de pasar de ser beneficiarios de un saber que se nos compartía, a ser parte activa del mismo, siendo de nuevo instituyentes.