Nos
proponemos revisar en el presente trabajo la manera en que las dinámicas
interinstitucionales y las del ámbito sociodinámico
actúan como moduladoras en el nivel psicodinámico o
psicosocial, esto es en el nivel de los determinantes singulares o
histórico-genéticos de los miembros que componen los
grupos de una institución, entendiendo que estos determinantes
tienen consecuencias tanto para las instituciones como para las personas
que las componen.
Desde el punto
de vista de la antropología social y la sociología,
las instituciones son modos de comportamiento pautados o estandarizados
que, desde una perspectiva funcional, mantienen su existencia y
continuidad con el objeto de realizar finalidades vinculadas, en
todo o en parte, a otras instituciones de la Sociedad. Estas finalidades
son, en suma, la tarea de las instituciones, que surgen de demandas
de algún subsistema del sistema social de una sociedad o
de la totalidad del mismo; esto último ocurre, por ejemplo,
en las instituciones de alfabetización, instrucción
y enseñanza o en las encargadas de favorecer la obtención
de trabajo para todos los miembros del sistema. Para satisfacer
estas demandas, las instituciones asumen unas determinadas formas
de realizarlas, lo que genera la función política.
Las instituciones
están constituidas por uno o más grupos. Podemos distinguir
el grupo para el cual esa forma política es válida
y que es aquel de dónde salen los actores de la acción
política y el grupo o los grupos encargados de traducir esa
política en acción.
Las distintas
formas en que se asume la realización de las tareas son los
modos pautados de acción de una institución, es decir
sus normas explícitas o implícitas. Hay que decir
que los modos de resolución de las tareas institucionales,
una vez pautados, pasan a ser los "buenos y adecuados"
modos de actuar.
Es en los movimientos
en los que se expresa lo instituido donde podemos descubrir las
tareas que muestran la coerción de los "buenos y adecuados"
modos de resolución de obstáculos o los realizados
según sus mecanismos de instrucción. También
en estos movimientos pueden, por el contrario, presentarse aquellos
modos diacríticos, esto es diferenciales, que tienden a solucionar
los problemas de lo instituido ofreciendo vías de desarrollo,
esto es de superación dialéctica de las eventuales
antítesis entre lo instituido y lo instituyente. En los primeros
casos nos encontramos con emergentes conservadores y en los últimos
con emergentes de cambio. Debemos tener siempre presente que unos
y otros son necesarios para el establecimiento y el desarrollo operativo
de una institución, pues si no existiera el emergente conservador
nos veríamos ante un sistema permanentemente disipado y reconstruido,
donde no habría tiempo de reconocer las posiciones y los
roles para los fines del análisis y resolución de
problemas. En el caso de no existir el emergente de cambio nos veríamos
frente a un organismo petrificado donde es imposible operar. Aparte
de estas consideraciones, basadas en las condiciones que necesita
un campo para ser operable, será necesario considerar que
conservación y cambio son denominaciones funcionales y no
debe atribuírseles una significación sustancializada.
Hay momentos en los cuales la exigencia de la situación se
expresa en obstáculos cuya resolución está
en conservar y otros en los que es necesario cambiar.
Pensemos en
los aspectos dinámicos interinstitucionales como ocupando
el lugar de los determinantes generales de esta dinámica
y a los sociodinámicos -propios de la interacción
en y entre los grupos de una misma institución- que son el
lugar de los determinantes particulares o situacionales, donde los
determinantes generales se "cocinan" con las condiciones
particulares de cada institución y se aplican de maneras
específicas. Desde ya, consideramos estos niveles de causalidad
o determinación de los fenómenos como indisociables,
no sólo para la comprensión de la dinámica,
sino por la forma en que estas jerarquías, que en parte pertenece
al orden del método y no sólo al orden de la realidad,
actúan unas sobre las otras produciendo continuos fenómenos
de causalidad emergente.
Las instituciones
de la sociedad aparecen divididas en unas que se consideran fundamentales
y son de aplicación general y otras que se aplican solamente
a sus miembros, a través de normas específicas pero
que son normas, estas últimas, que se establecen dentro de
los márgenes que el poder público establece para el
resto de las instituciones, cualesquiera que sean. También
podemos clasificarlas de diversos modos: unas históricas,
de larga permanencia (como las de gobierno) y otras contingentes
(como las asociaciones de padres en las escuelas); en unas que se
juzgan imprescindibles y cuyas normas se aplican a toda la sociedad
(como las que codifican el derecho y aplican la ley) y otras en
que las normas se aplican solamente a sus miembros (como las asociaciones
de profesionales); unas en que las normas son generales pero cuya
aplicación se delega en otras instituciones (como la institución
religiosa se delega en la institución familiar) y otras cuyas
normas son también generales pero en las que no se delega
la aplicación sino las normas ya codificadas (como en las
de la atención de la salud y las educativas). Y esta evidencia
conduce a considerar que el nivel institucional consiste en una
interacción jerárquica de las instituciones.
Este tipo de interacción se expresa también a través
de mecanismos de coerción y de instrucción, que intentan
controlar los desajustes y contradicciones entre las conductas valoradas
como "buenas y adecuadas" de las diferentes instituciones.
Así,
el nivel de determinación o causalidad institucional es un
nivel de interacción jerarquizada, donde la finalidad de
la jerarquización es controlar los desajustes y contradicciones
entre las normas valoradas como buenas y adecuadas de las instituciones
de menor rango y las de las instituciones rectoras, de la misma
naturaleza y de rango mayor. Los mecanismos mediante los que se
ejerce este control son la instrucción y la coerción.
Estos mecanismos de control se expresan como límites en la
creación de normas institucionales de menor rango y produce
un primer obstáculo para las tareas requeridas: en el caso
del mecanismo de instrucción, se trata de un bias o desviación
en la interpretación de la instrucción misma entre
subgrupos institucionales y el grupo que dirige, que puede llegar
a expresarse en lo que conocemos como disidencia y que es elaborable
mediante la discusión de las ventajas institucionales de
una interpretación u otra, de la discusión democrática
de la política institucional dentro de las asambleas.
El mecanismo
de coerción, por el contrario, inhibe estas interpretaciones
y produce miedo al ataque en la dinámica de los grupos subordinados
y miedo a la pérdida, que en el nivel sociodinámico
-el de la interacción entre los grupos institucionales- se
expresa dominantemente en el nivel de la dirección, como
temores a la pérdida de prestigio y la consiguiente caída
de status en la burocracia dirigente.
A su vez, estos
mecanismos de coerción e instrucción cobran expresión
en los grupos institucionalizados como obstáculos en las
tareas respectivas.
En el marco
de referencia cotidiano, donde se excluye el conocimiento de la
historicidad de los fenómenos, uno tiende a pensar que las
estructuras en que vive, como las descritas hasta aquí, han
existido siempre y que deberá ser también así
en el futuro. Pero la historia de las organizaciones sociales nos
muestra que no es así, y que determinado tipo de organización
constituye una respuesta, en forma de emergente, ante cambios en
la situación del medio, considerado éste en su más
amplia generalidad. En cuanto a la organización de las instituciones,
la imagen de éstas a mediados del siglo XIX (y más
aún con anterioridad) nos muestra organizaciones con estructuras
completamente diferentes a aquellas en las que vivimos. Pero hemos
de centrarnos en el origen de la actual.
Encontramos,
mediante el trabajo de los sociólogos, que el tipo de instituciones
jerarquizadas se expresa por primera vez en el último tercio
del siglo en los reinos y principados alemanes, cuya tarea prescrita,
usando la terminología de Pichon-Rivière, es la unidad
alemana como respuesta a la extensión de la revolución
industrial y su expresión en el dominio económico
por parte de las grandes unidades nacionales ya constituidas y de
los movimientos revolucionarios que brotaban en Europa a mediados
del siglo XIX. Esta nueva realidad producía una desaparición
continua de las instituciones familiares artesanales, de las industriales
y de las comerciales, lo que aumentaba constantemente la masa de
desempleados que, sin recurso alguno, engrosaban las filas de la
rebelión. Bismark, canciller de Prusia, se convirtió
en el líder portavoz de esta necesidad histórica,
prescrita por la organización creciente de las nuevas condiciones
económicas y sociales. ¿Y cómo la realizó?
Creando instituciones jerarquizadas, de forma piramidal, donde cada
uno tenía un lugar preciso y una tarea específica
que mientras se cumpliera, aseguraba un empleo permanente y un salario
suficiente que aumentaba con el ascenso a los niveles superiores,
trasladando de esta forma el modelo del ejército prusiano
-único en el mundo con esta estructura- a las instituciones
y con la lograda unidad de Alemania, en primer lugar a las del poder
político y desde allí a las económicas y luego
al resto de las instituciones sociales. Recordemos que el ejército
prusiano fue el primero en convertir sus mandos en carrera profesional,
creando un escalafón técnico y no basado en criterios
de clase, como en los otros ejércitos del resto del mundo,
donde los cargos de mando se compraban y los superiores estaban
reservados para la aristocracia nobiliaria, independientemente de
sus conocimientos militares.
El sociólogo
Max Weber fue el primero en identificar, en el segundo decenio del
siglo XX, este modelo institucional y su origen. Manifestó
el temor que la sociedad civil adquiriera una ideología autoritaria
y agresiva sin la conciencia de los ciudadanos de estar pensando
como los soldados y que esto llevara a un siglo XX dominado por
las guerras. Dejando aparte el cumplimiento de estos temores, de
los que todos hemos sido actores o testigos, me interesa señalar
una primera contradicción en el seno de esta nueva estructura.
La contradicción
en sí fue advertida en el siglo XVIII por Adam Smith en su
libro "La Riqueza de las Naciones". Smith era por ese
entonces el gurú de la producción masiva para unos
mercados que deseaba libres de trabas aduaneras. Sin embargo, se
dio cuenta de un hecho al que ahora prestamos una atención
especial en el nivel singular, el de los individuos dentro de la
interacción de los grupos institucionales. Él la denominó
como pérdida de la calidad en beneficio de la cantidad y
el agudo observador Max Weber como pérdida del ideal de la
profesión y más recientemente, Sennett, como pérdida
del espíritu artesanal. Nosotros podemos entenderlo como
pérdida de un canal sublimatorio en el aparato psíquico
por modificación regresiva de sus determinantes histórico-genéticos.
Refirámonos
a otra contradicción en esta estructura organizativa: el
modelo militar piramidal resulta, como ya señalara Freud
en "Psicología de las masas y análisis del yo",
en una cohesión de los miembros de la institución
capaz de resistir los embates de los competidores, equivalente de
los enemigos en los combates. Pero la idea básica que pretende
regular la vida social y productiva de la sociedad, la competitividad
en todos los niveles de la pirámide, deteriora la cohesión
y da por resultado una institución endeble; la competitividad
y el espíritu de cuerpo son antagónicos. Como
señaló Weber en "La ética protestante
y el espíritu del capitalismo", si la organización
piramidal y el cumplimiento del rol prescrito por el status ofrecía
estabilidad y seguridad a la persona, tenía también
para Weber una consecuencia psicológica que a mi modo de
ver es importantísima: la transacción era seguridad
a cambio de satisfacción diferida; recordemos que en
"El malestar en la cultura" Freud escribe que, en un momento
dado, la humanidad hubo de elegir entre la satisfacción inmediata
de los deseos, lo que Chasseguet Smirguel llamó la vía
rápida, y la seguridad en la vida del sujeto, lo que suponía
la actividad de los mecanismos de demora en la obtención
de satisfacciones, disyuntiva de donde surgiría la organización
de una sociedad.
A esto podemos
agregar que, dentro de la prescripción general de la competitividad
por la ideología dominante, la institución militar
es la excepción, la única que se mantiene como actividad
grupal y que sostiene en su teoría el concepto de eficacia
ligado a la complementación, suplementación, delegación
y asunción de roles, esto es, cohesión grupal ante
la tarea. De esta manera, en la organización piramidal, es
necesario cumplir el rol para esperar los ascensos y satisfacer
las aspiraciones. Pero para cumplir el rol, es decir, las instrucciones
que se generan en la dirección, el empleado, soldado o miembro
de la institución debe interpretarla. Por ejemplo,
si un tornero recibe la orden de incrementar la productividad, su
interpretación de la consigna adecuará esta instrucción
a las condiciones reales que él conoce bien: cómo
se encuentra su maquinaria, según su estado de mantenimiento
y de capacidad de producción; o si un vendedor recibe la
instrucción de incrementar las ventas, su abanico de posibilidades
de realización del rol ubicará su interpretación,
de acuerdo a las características de los clientes que visita,
en algún punto entre la presión y la persuasión.
Este interpretar
es otro determinante muy importante del nivel psicosocial, que para
nosotros, como psicoanalistas, es el individual o de los determinantes
histórico-genéticos de lo que llamamos nuestro aparato
mental. Según el sociólogo Sennett, este interpretar
las instrucciones, que como diríamos los psicoanalistas se
realiza en función de las condiciones externas e internas,
es lo que da sentido a la actividad del miembro institucional, un
aspecto importante de la identidad. O como lo puntualiza Sennett,
da a los individuos el sentido de agentes del desarrollo
hacia los fines institucionales.
Mientras que
en la organización militar no se concibe la "iniciativa
privada" si no es para interpretar la orden en función
de la tarea común, la aplicación de este modelo al
resto de las instituciones sociales conlleva una contradicción
antagónica: se exige a los miembros, de acuerdo con la ideología
de la competitividad, un rendimiento puramente individualizado llamado
productividad, un criterio de desempeño y eficacia personal
en la interpretación de las directivas, que oscurece la tarea
grupal y afloja la pertenencia a la organización.
Y además
de esta contradicción ¿que sucede si estas interpretaciones,
que son la iniciativa del sujeto, no son traducidas como
cooperación por los niveles superiores sino como amenazas
a su status?
Es necesario
señalar que, en un ambiente social en que se idealiza la
competitividad entre las personas, la apercepción de la cooperación
es muy difusa, la cooperación se visualiza poco y la representación
de la rivalidad mucho, lo cual crea desconfianza hacia la gente
que trabaja junta. En este estado de cosas encontramos el problema
apuntado al comienzo, el de la regulación de las interpretaciones
de los sujetos mediante la coerción, que aún
cuando se aplique a actuaciones nada cooperantes y hasta saboteadoras,
perderá de vista la información que surge para la
institución de este tipo de comportamiento, esto es, no se
lo verá como fenómeno emergente de la organización
misma.
Para decirlo
de otra manera, toda interpretación de una instrucción
se traduce en una iniciativa; esta iniciativa debe verse como emergente
de uno o más subgrupos institucionales, explícita
o implícitamente cooperantes. Y en la medida en que este
fenómeno emergente sea capaz de introducir un cambio en el
campo de la dinámica institucional, en el sentido de la cohesión
y la producción grupal, puede llamarse creador o innovador
de políticas, productor de un modo diacrítico, diferencial,
de satisfacer demandas institucionales en un medio social carente
de respuestas adecuadas.
Y en estos momentos
de la vida institucional, en que se opta por la integración
o la coerción, que pueden ser puntuales y pasajeros, oportunidades
perdidas o impulsos hacia iniciativas innovadoras, encontramos la
dialéctica entre los polos que el sociólogo Lourau
designó como lo instituyente y lo instituido.
Desde la teoría
operativa de los grupos sociales debemos ver, tanto en las ideas
y actividades en que se plasma una institución, es decir
en esa motivación instituyente, como en las formas que adquiere
luego la resolución de la tarea, es decir lo instituido,
los niveles de lo explícito y de lo implícito (Pichon-Rivière)
o latente, que algunos sociólogos llaman metafóricamente
el inconsciente institucional (Lourau). Considerados ambos movimientos
institucionales como emergentes, nos encontramos con que el movimiento
instituyente casi siempre nos precede, muchas veces desde el tiempo
mítico (illo tempore), por lo que su análisis corresponde
al instrumento de la sociología política, histórica
y sistemática.
Si lo instituyente
es la concreción en una institución de unas aspiraciones
de progresiva influencia sobre la sociedad global o sobre un subsistema
de ella, como la salud, la educación o la cultura, lo
instituido representará desde las políticas adecuadas
a estos fines hasta lo contrario, aquellas contraproducentes a la
realización de estas aspiraciones. En el caso de la política
adecuada, lo instituido se concreta a través de la percepción
de la cooperación y de la consecuente integración,
por parte de la dirigencia, de las iniciativas que producen cambios
en dirección de lo instituyente, del acercamiento progresivo
a la realización de las ideas fundadoras de crecimiento e
influencia social. En el caso de la política contraproducente,
lo instituido mostrará una desviación también
progresiva de aquellas aspiraciones fundadoras cuando la preocupación
de la burocracia dirigente aleja su estrategia -y no su táctica-
de las finalidades instituyentes y comienza a responder a otras
determinantes, como puede ser miedo a la coerción por las
instituciones rectoras o a un ambiente social hostil, o el miedo
a las presiones de otras instituciones que, aunque no sean rectoras
en términos manifiestos, posean suficiente poder económico;
pero también pueden presentarse estas políticas contraproducentes
por otras cuestiones como la representación primaria del
ataque al narcisismo y la tentación compensatoria por la
prosperidad personal que pudiera traer un protagonismo permanente.
Si desde el
punto de vista psicoanalítico consideráramos las aspiraciones
constituyentes como un derivado de la genitalidad, inscripto en
los cuadros de los ideales del yo post-edípicos, siempre
en interjuego con otras determinantes, me parece apropiado referir
esta forma contraproducente de lo instituido a derivados pregenitales,
inscriptos en el yo ideal narcisista y que se expresarían
en fenómenos de control obsesivo, de exigencia hacia la autosuficiencia,
con la imposibilidad de delegar, complementar y suplementar roles,
esto es, en la exigencia paradójica a los miembros de una
institución de rendimientos individuales aislados de todo
contexto y toda tarea grupal.
El filósofo
y sociólogo Zygmunt Bauman, al reflexionar sobre esta paradoja
de la compulsión hacia lo individual, trae a colación
el fragmento del film de Therry Jones "La vida de Brian"
en donde el protagonista, harto de que la muchedumbre le confunda
con el mesías y le siga a todas partes, les dice que son
individuos y deben ser todos diferentes y la muchedumbre responde:
"somos individuos y debemos ser diferentes", salvo una
vocecilla inubicable que declara: "yo no". Está
clara la paradoja en que la conformidad con la orden de ser diferentes
lleva a retroceder de la individualidad a la indiferenciación
narcisista, mientras que la voz que declara no ser diferente representa
la genuina individuación.
En un trabajo
sobre la presión social hacia la conformidad, Kernberg subraya
que ese tipo de cultura es inductora de regresión de la personalidad
a la organización de la latencia o, agrega, a formas más
graves de regresión. Este efecto regresivo, para mi más
profundo, sería la conclusión que quiero traeros hoy,
como causa y consecuencia, en el nivel de los determinantes singulares,
de la desviación crónica o estereotipada de lo instituido
respecto de los ideales instituyentes.
Desde el punto
de vista de la política de las instituciones, el tipo adoptado
de resolución de una tarea que es la satisfacción
de una demanda, se identifica con la concepción operativa:
la consideración de los fenómenos como emergentes
a convertir en información antes que la coerción
y la sanción autoritaria.
Los grupos institucionales
son portadores de los valores e instrucciones para operar procedentes
de las instituciones rectoras, que nos llegan parcelados y frecuentemente
como opuestos contradictorios, como piezas prefabricadas de un mecano
con las que hay que armar un esquema de referencia para pensar,
sentir y actuar. De aquí la necesidad de trabajar operativamente
estos obstáculos incluyendo el análisis interdisciplinario
y el análisis de las ideologías, lo que permite reunir
los aspectos de los problemas, dispersos y omitidos por las instrucciones
institucionalizadas, y reubicar su importancia mediante el desocultamiento
de sus funciones al servicio de lo instituido.
Esta tarea significa
la progresiva superación dialéctica de los esquemas
referenciales y operativos previos a la constitución del
grupo instituyente, esquemas inconscientes a veces en contradicción
con las ideas que llevaron a la creación de una institución,
que subsisten y se trasmiten a las generaciones de los miembros
como conflictos que alimentan una mayor distancia entre lo instituido
y lo instituyente. Esta operación ofrece muchas dificultades
y, en una parte de la tarea, los grupos tienden a solucionarla mediante
la superposición o el agregado de las nuevas comprensiones
a las antiguas, sin procesarlas, en una especie de sincretismo (Lenin
decía que la dialéctica no era "esto más
esto"). Aquí juega, en los determinantes del nivel singular
de cada miembro la ansiedad de pérdida narcisista. En este
caso de pérdida de un aprendizaje anterior investido con
expectativas del yo vinculadas al principio del placer y/o al principio
de realidad, en la medida que, los "buenos y adecuados modos"
de resolución de una tarea institucional dan alguna garantía
de apoyo, por parte de la institución, (muchas veces ilusoria)
en el mercado de servicios.
Y aquí
encontramos a menudo un límite a la actuación diacrítica
de un grupo institucional en las resoluciones de los problemas institucionales.
Cuando estas actuaciones diferenciales que permiten desarrollos
nuevos son percibidos por el grupo que realiza la política
institucional o por las instituciones rectoras como amenazas a lo
instituido, como apartamiento de la instrucción que emana
de ellas, entra en juego la coerción. Esta coerción
reinviste los miedos al ataque y a la pérdida y reinstala
las piezas originales del mecano -obediencia a las figuras parentales
y sus sustitutos- con el que se nos ha dotado desde la infancia.
La continuidad de la producción en términos de conocimiento
y operatividad se percibe por el mismo grupo diacrítico como
un peligro y se apercibe (en forma racionalizada) como inútil,
como instrumento de marginación, como falsa, irrealista o
imposible. Es un momento de gran peligro para las instituciones
con grupos de actividad diacrítica, en el que gran número
de ellos, a veces, transforma su tarea en línea con la instrucción
rectora, asumiendo una función reproductora de lo instituido,
y otras veces dan fin a la vida institucional mediante escisiones
y automarginación.
La institución
es el medio natural de las personas, en el que se nace y se vive,
al igual que la naturaleza del planeta sin la que no hay supervivencia.
La armonía con una y con otra, consecuencia de una adaptación
activa, es la única garantía de salud mental a la
que podemos recurrir.
Bibliografía
Para
la descripción de las instituciones y su interacción
jerarquizada:
Nadel, S.F., (1951) Fundamentos de la Antropología Social.
Fondo de Cultura Económica, México, 1978.
Para el análisis de los emergentes:
Pichon- Rivière,
E., El proceso grupal, Nueva Visión, Buenos Aires,1978.
Para el análisis instituido-instituyente/explícito-implícito:
Lourau, R., Análisis Institucional,
Amorrortu editores, 2000.
Pichon-Rivière, E., El proceso grupal, Nueva Visión,
Buenos Aires,1978.
Para el análisis del modelo militar de las instituciones:
Weber, M., (1922): Economía y sociedad. Fondo de Cultura
Económica, México, (múltiples ediciones).
Para la pérdida del ideal de la profesión:
Weber, M.,
La ética protestante y el espíritu del capitalismo.
SARPE, Madrid, 1984.
Para los problemas actuales del modelo militar institucional, la
pérdida del espíritu artesanal y su reemplazo progresivo
por la "vía rápida":
Sennett, R., La cultura del nuevo capitalismo, Anagrama,
Barcelona, 2006.
La corrosión del carácter. Las consecuencias personales
del trabajo en el nuevo capitalismo, Anagrama, Barcelona, 2000.
Para la crítica de la compulsión hacia el individualismo:
Bauman, Z., Vida Líquida, Paidós, Barcelona,
2005.
Para el efecto regresivo de la conformidad:
Kernberg, O., La tentación del convencionalismo, Rev.
De Psicoanálisis, XLIV, 5.1987.
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