CORRUPCIÓN, LÍMITES Y PSICOANÁLISIS 
  Manuela Utrilla Robles
  2015, Madrid, APM ediciones


 
Alicia Monserrat

Manuela Utrilla presenta en este libro un tema de actualidad social: la corrupción hoy, en el año 2015, en la segunda década del siglo XXI, con un abordaje original sobre un fenómeno, siniestro, que supone un crudo testimonio de época.

La autora es una prestigiosa psicoanalista, investigadora nata de los sufrimientos psíquicos, poseedora de una sensibilidad que le permite ver y siempre reaccionar a tiempo ante lo que sucede a su alrededor con claridad y coherencia. Por eso el tema de la corrupción se le impone e impacta y lo ha abordado con conciencia científica.

El resultado es un texto agudo, desarrollado en una introducción y cinco capítulos que, a modo de discursos polifónicos, se tejen en tres ejes que interrelacionan el fenómeno de la corrupción, los límites y el psicoanálisis.

Este trabajo viene a completar una trilogía de la autora concebida para estudiar el individuo, los grupos y las instituciones y responde a la premisa de que “investigar, estudiar y trabajar es una manera de reducir la omnipotencia del desconocimiento y la ignorancia” para reconocer la propia pequeñez “o más bien el lugar adecuado que ocupamos en el mundo”.

En las páginas de este libro se formulan intenciones que implican nunca posponer el tratamiento de estos degradados aconteceres; no se trata de denunciar sino de proceder a detectarlos y así buscar la manera de comprender el fenómeno para interceder entre el ideal y lo humano. Negarlo o renegarlo es una falsa protección para el desvalimiento inherente al ser. Este enfoque trasciende lo individual.

Utrilla presenta la corrupción como el deshecho anal que destruye las bases de los principios identitarios de los individuos. Es muy consciente de que el ser humano con todos sus vicios y defectos ingresa en la escena privada o pública en relación con la mentada corrupción y en ese acto se ponen en juego los desmesurados límites de la omnipotencia.

La autora trasmite que cualquier ideal puede convertirse en lo contrario y su virtud es su capacidad y sensibilidad para para percibir la corrupción no solo en el amplio sentido de su significado sino en el ámbito que más aprecia, ya que en su opinión, esta también se aloja en las instituciones psicoanalíticas.

A propósito de investigar el fenómeno de la corrupción y sus variantes, reflexiona sobre estos hechos y elabora nociones y conceptos que complejizan y enriquecen las construcciones teóricas de que dispone el psicoanálisis. Por eso a lo largo del libro privilegia el desarrollo de experiencias y siempre a partir de éstas justifica los conceptos.

Pocos textos tan densos, ricos en experiencia y, a la vez, tan cargados de novedades para la reflexión como esta reciente creación de la autora.

Comprobamos, en la dinámica del texto, cómo la tensión entre afecto y pensamiento, su entretejido dialéctico, posibilita el pasaje de las ideas psicoanalíticas y emerger, en su devenir, en un proceso que la autora contextualiza con rigor en escenarios históricos, literarios y en la propia sede de la institución psicoanalítica.

En el primer texto, la corrupción entra de lleno en la tarea y la articula con la herramienta principal del psicoanálisis: el encuadre. Luego retoma el concepto con lo situacional –que ha desarrollado ampliamente en otros trabajos–, una perspectiva que incluye tres constantes en la investigación psicoanalítica: los medios, las condiciones y las finalidades, comprensión que da especificidad a la “observación” psicoanalítica.

Se infiere, a propósito del encuadre, que la psicoanalista descubre de esta manera que, detrás de cada idea, pensamiento, comunicación o intercambio existen múltiples matices que surgen gracias a una metodología que amplifica, dimensiona y diversifica lo que como observadora participante detecta en esos límites.

Con el funcionamiento mental de atención flotante del analista, que implica trabajar en procesos elaborativos en contacto con el propio modo de funcionar del inconsciente (trabajo del sueño y de duelo), Utrilla presenta una aproximación al fenómeno de los avatares corruptos. Su mirada avanza desde el entrelazamiento continuo de observación y escucha, sometido a la paradoja de una doble visión o una doble audición, no sólo de lo dicho sino también de lo omitido y cancelado.

Desde estas situaciones inimaginables de la corrupción la autora comienza presentándola como edil de la pulsión de muerte en su carácter de desligadora de representaciones psíquicas enmascaradas en un buen hacer que corroe. Ejemplifica de maneras diferentes cómo se presenta el acontecimiento y ofrece el retrato del corruptor, con sus gestos de gentileza, a veces con cierta brusquedad o con técnicas para convencer al interlocutor, y la manera de ejercer una intrincada actuación de tráficos de influencias que contaminan los espacios institucionales.

En el proceso aparecen ansiedades persecutorias, confusionales y dificultades con situaciones depresivas que acompañan los momentos en los cuales, debido a la llegada de nuevas informaciones o de otros pareceres emotivos, se desestructuran los esquemas de referencia originales. En ese estadío estos se descomponen y como el olor fecal invaden la atmósfera institucional y dejan de estar al servicio de la sublimación, de la estética y de la ética.

Una reseña obliga a resumir un texto que ha de leerse, y que es imposible reducir a unos trazos someros. No obstante, y con el propósito de incitar a la lectura, es posible destacar otra cualidad de este libro. Se trata del punto desde el que el texto enfrenta los incordios de la corrupción y los límites, dándole salida a la tragedia. Es que la escritora sabe transmitir el don del equilibrio entre la comedia y la tragedia, ente la ilusión y la realidad dejando margen para numerosas interpretaciones que llevan a invenciones y transformaciones. Para ello recurre a la historia de las antiguas civilizaciones o a exponentes universales de la literatura, como la obra de Emily Brontë, Cumbres borrascosas, a juicio de Utrilla paradigma de las relaciones tormentosas, sádicas y masoquistas donde todos los personajes están atrapados en su narcisismo.

Una de las maneras del accionar de los corruptos es el ocultamiento con el que tratan de imponer falsas verdades y operar con mentiras lacerantes. Obstinados, se aferran al esquema de la seducción del narcisismo perverso y terminan convirtiéndose en personajes portadores de destrucción.

Utrilla desmenuza el funcionamiento no solo del corrupto sino de la situación corrupta y pone manos a la obra para producir significado pasible de ser interpretado y desinstalar ese código corruptor que mutila y destruye, presente no solo en el interior de cada subjetividad sino en los grupos humanos.

En el capítulo II, con su ágil observación de las instituciones, Utrilla pone de manifiesto algo que de otra manera no sería visible y es la posibilidad de observar las características políticas del ser humano. Para Utrilla existe una relación entre robotización y corrupción.

“La robotización –dice– aparece cuando la sumisión-simbiosis con la institución transforman a un individuo en un robot, es decir, hace y participa en programas donde siempre se hace lo mismo sin poner en cuestión ninguna actividad institucional repetitiva y estéril”.

La autora enumera los tipos de corrupción –en lo que entiende por “cascada de degradación” – que incluyen la extorsión, el fraude, el tráfico de influencias y la falta de ética, y apunta que la cultura de la corrupción prolifera también por la utilización del lenguaje que dice “lo contrario de lo que se afirma”.

En el Capítulo III reseña la historia de las instituciones en Mesopotamia y el Antiguo Egipto a través de un viaje iluminador sobre el origen de lo que luego se transformará en sociedad: el trabajo, la construcción del poder y el establecimiento de las religiones.

Formula la hipótesis de que la constitución de los límites fue adquiriendo dimensiones como la aparición de regulaciones y obligaciones, normas y leyes “para garantizar el funcionamiento de la comunidad”. Considera que “la máxima limitación (concentración excesiva del poder) se transforma después en des-limitación donde no parecen existir límites”.

En el capítulo IV, Utrilla, bajo el título “El Psicoanálisis sin límites”, esboza hipótesis que permiten comprender las relaciones existentes entre límites, institución, poder, idealización y confusión, con el fin último de aumentar el entendimiento psicoanalítico de las situaciones.

Para avanzar desde otras perspectivas, se ocupa de los avatares del informe Turquet, elaborado en 1963 en el seno de la Sociedad Psicoanalítica Internacional (IPA) y mantenido en secreto más de cuatro décadas. Ese informe, probablemente tuvo como finalidad ridiculizar a la propia IPA y no solo excluir a Jacques Lacan de la institución. No obstante, Utrilla se pregunta: “¿Practicaba Lacan un psicoanálisis sin límites?”. Para la autora “el psicoanálisis sin límites, la corrupción del psicoanálisis”, es “el ejercicio de la omnipotencia”.

En el Capítulo V, el último, Utrilla se pregunta abiertamente si es posible dar la batalla a la corrupción en el Psicoanálisis. A su entender, como si fuera una enfermedad contagiosa y destructiva, la degradación del psicoanálisis “se está extendiendo de una manera vertiginosa”.

Para combatirla, apuesta por elaborar pensamientos que limiten la omnipotencia a la vez que restablecer los límites, ya que sin ellos “no habría evolución” y uno de los caminos es “hablar”.

Utrilla cree que cuanto más se hable de la corrupción más fácil será tomar conciencia de sus efectos devastadores y a la vez desarrollar el sentido de la responsabilidad y la ética hacia nuestros semejantes.

Al tiempo que esto permitiría fomentar un espíritu de convivencia y compromiso social facilitaría “elaborar en el seno de las instituciones psicoanalíticas los procesos grupales e institucionales que facilitan el fenómeno de la corrupción”.

Utrilla defiende la idea de que “hablar de corrupción es amar el psicoanálisis” y a la vez “reconocer su inmensa complejidad y también su extraordinario poder de cambio psíquico”.

En este libro Manuela Utrilla invita a seguir pensando y mantener el pensamiento psicoanalítico en permanente transformación, sobre todo para mantenerlo vivo ya que, en su opinión, las faltas éticas son “índices de la pérdida de la capacidad analítica”.

Para finalizar, en este texto inspirador Utrilla ofrece aperturas para que la ignorancia no gane el espacio que en las instituciones debería estar ocupado por la investigación científica para desarrollar la ciencia, en este caso el psicoanálisis.

Madrid, septiembre de 2015.