La sección de PSICOLOGÍA de la revista semanal del periódico EL PAIS
es un buen observatorio de las consignas neoliberales que los medios
producen y reproducen sin cesar en su afán de modelar nuestras vidas.
Entre los modelos a
seguir en este mundo “cambiante y competitivo” como señala el autor
de la nota, esta vez se trata de la marca personal que señala como
imprescindible ya para destacar entre tanta competencia.
En este caso es
el despliegue del personal branding
y sus ventajas inestimables para conseguir “en la era del individuo”
ser “el director general de Yo, S.L.”
La nota avanza mezclando la opinión del técnico/especialista con una
cita de Confucio para legitimar los ascendentes y proponiendo las
bondades de posicionarnos y destacar, venciendo las “resistencias”
que solemos tener a ser tratados y considerados como una marca.
“Todos tenemos algo especial. Y lo que es mejor, podemos convertirlo
en fuente de felicidad, crecimiento personal e ingresos económicos.
Lo que sucede es que hay millones de personas que ni lo saben. No
son conscientes de que son únicos y de que, de igual modo, pueden
aportar algo singular. Y así, se convierten en marcas blancas, es
decir, en una firma que los demás consumen porque es barata, pero
con una repercusión mínima y muy fácil de cambiar por otra que sea
aún más económica.”
Concurren a
esta empresa para sacarnos de la ignorancia, el alegato a lo singular,
la promesa de felicidad que a estas alturas se ha vuelto mandato superyoico
inapelable y los dineros al alcance de la mano que tanto escasean
para casi todos.
Los ignorantes
de la buena nueva o no tan nueva, del personal
branding son, sin saberlo, personas
que como las marcas blancas, tienen la condición denigrada de la mercancía:
baratas, de repercusión mínima
e intercambiables, por
cualquiera aun más económica.
Esto que sucede
en el mundo laboral y también en el de la pareja según el autor, no
se explica por las condiciones del capital que todo lo reduce
a la cualidad de mercancía sino por la comodidad de los sujetos
a los que entonces habrá que
sacudir permanentemente con estos y otros mensajes.
El kit básico
aquí propuesto apunta a no poco: nuestra imagen, nuestras palabras,
nuestros silencios, nuestras acciones y nuestras relaciones.
Y una tal Fundación
Madrid por la Excelencia tiene la fórmula del éxito:
“Relevancia, confianza y notoriedad. Esos
serán nuestros tres compañeros de viaje en nuestra Yo, S.L.”
La singularidad
de cada quién trabajada para sobresalir donde el que no se anuncia
no vende y el que no ofrece la/su excelencia no tiene ventajas de
notoriedad en el mercado de la vida.
El mundo cambiante y competitivo es presentado esta
vez y siempre por el neoliberalismo como una construcción sobrevenida,
ahistórica,
hallada, no producida, sin que
las causas y los efectos se marquen como tales, borrando también las
huellas de la eficacia en los sujetos de estos mensajes que los medios
propagan sin cesar.
El bienestar de lo humano
ya no es competencia del Estado, es responsabilidad individual de
cada quién, que teniendo en sus manos todos los recursos para sobresalir,
elige, la comodidad de no hacerlo. Y será
su culpa, no sobresalir en los anaqueles del mercado de la vida.
“Las
funciones protectoras del Estado se restringen a una pequeña minoría
inempleable e inválida, aunque incluso esa minoría tiende a ser reclasificada
de “objeto de asistencia social” a “objeto de la ley y el orden”:
la incapacidad para participar en el juego del mercado se criminaliza
cada vez más. El Estado se lava las manos con respecto a la vulnerabilidad
y la incertidumbre ocasionadas por la lógica (o la ilógica) del libre
mercado, redefiniéndolas como errores y asuntos privados, problemas
con los que tienen que lidiar y deben sobrellevar los individuos valiéndose
de sus propios recursos. Tal como lo enuncia Ulrich Beck, ahora se
espera que los individuos busquen soluciones biográficas a las contradicciones
sistémicas.”
Si
la responsabilidad de elegir las condiciones en las que participamos
en el mercado de la vida, es toda nuestra, de cada persona singular,
todo esfuerzo será poco para conseguir alcanzar el bienestar y todos
los resultados, serán a cuenta de una deuda impagable con ese proyecto
personal.
Que
la depresión sea el malestar de la época quizás tiene que ver con
esta condena de Sísifos contemporáneos intentando alcanzar metas que
muy poco dependen de nuestros esfuerzos pero que se nos presentan
como alcanzables simplemente por elegirlas y sostenerlas.
Desde que el capital se
acumula por la ingeniería financiera,
lo humano se tiene que reinventar cuando es desalojado de lo que éste
necesita para su reproducción.
Y si de reinventarse se
trata habrá que hacer de lo propio,
una marca fulgurante que destaque.
Pero la visibilidad como
meta de cada quién, desconoce las condiciones
en las que se participa, ínfimas posibilidades que vuelven el fracaso del lado del sujeto siempre
deudor y culposo por no haber hecho cada vez lo suficiente para coronar
con éxito la operación.
El convite tiene trampa,
somos invitados a encontrar las mejores y originales galas para presentarnos cuando el derecho de
admisión es reservadísimo y no hay dress code que garantice
ser admitido.
“Hoy
en día, el discurso tecno científico y la lógica del mercado, unidos
en una alianza, hablan con la misma voz, imponiendo a los alaridos
un orden ciego: es una voz de la que nada ni nadie puede escapar y
dejar de oírla. Esa voz grita sobre la libertad y la seguridad, el
progreso y la transparencia, pero también acarrea una carga mortífera.
Eso es exactamente lo que significa el superyó: algo que nos obliga
a una meta interminable y nos castiga tanto por tratar de alcanzarla,
como por no ser capaces de hacerlo”.
En este empeño no
solo los medios sino las redes sociales son retransmisores de aquellos
requisitos que se vislumbran e imponen como necesarios para estar mejor
preparados para que la empresa de gestión de lo personal
sea excelente competidora en la jungla del mercado laboral y
sentimental. La sociedad limitada
del Yo nunca ha estado tan auxiliada en su propósito por inalcanzable
que éste sea.
Pero la gerencia de la sociedad limitada del Yo suele andar exhausta
de tanta información, tantas pretensiones, tanta competencia y tan
magros resultados.
También el cansancio es un mal de la época. Y los cuerpos contracturados están solicitados por los espacios de bienestar
que se multiplican en las ciudades.
No hay tiempo que alcance ni fuerzas que sostengan esta “gestión” permanente de la marca personal,
por lo menos para quienes se entreguen a ello sin alguna precaución.