En la actualidad, las Ciencias Sociales en su mayoría han acogido
el concepto género como categoría
de análisis, y quienes no lo han hecho aún es quizás por las consideraciones
múltiples y desinformadas que se sustentan, muchas veces, en el prejuicio
sobre las ideologías feministas (Rosemberg,
1996).
El recorrido del concepto género
se puede representar por un espiral dialéctico ascendente desde su extrapolación
de la gramática a la psicología a mediados del siglo XX, que viene a
coincidir en su temática con la post-modernidad, mediante un salto epistemológico
adecuado a la actual situación global de continua metaestabilización de los sistemas hegemónicos: el concepto
ha evolucionado desde el análisis de lo subjetivo a la comprensión política
de las subjetividades.
En efecto, en la década de los 50/60, en Estados Unidos de América,
tanto a partir de los tratamientos endocrinológicos en niños nacidos
hermafroditas, como a raíz de las demandas quirúrgicas de transexualidad
en adultos, la Medicina extrapola el concepto género desde la gramática
a la psicología y lo define como certeza identitaria sexual, subjetiva,
de sentirse hombre o mujer, independientemente de la anatomía, del sexo
gonádico y de la genética de la persona. (Dr. Money, psico-endocrinólogo,
1955; Dr. Stoller,
psicoanalista. 1963-68 citados por Dio Bleichmar,
1997).
La primera vuelta del espiral dialéctico de los estudios de género
estuvo en manos de la antropología feminista de los años 70 que revela
que lo femenino y lo masculino no son equi-valentes
(no tienen igual valor), y que estos atributos son considerados inseparables
de una jerarquía entre hombres y mujeres. Se constata, entonces, un
sistema sexo-género secular construido sobre la base de la dominación
masculina, o dicho de otro modo, de poder del colectivo de varones sobre
el colectivo de mujeres, según Gayle Rubin
siguiendo la teoría de la construcción del sistema de parentescos de
Levi Strauss (Rubin, 1975). Posteriormente
esta tesis será refrendada por el sociólogo Pierre Bourdieu y su estudio
sobre dominación masculina como construcción social (Bourdieu, 2000),
seguido por el aporte de la antropóloga Rita Segato
acerca de las estructuras sociales de la violencia (Segato,
2003).
A partir de este momento, análisis antropológicos, sociológicos,
históricos, y filosóficos (Amorós, 1997), (Puleo,
2000) ponen de manifiesto la existencia de un Patriarcado construido
hace al menos 25 siglos en nuestra civilización occidental, cuyo sistema
ha simbolizado lo femenino como inferior, imperfecto, o carente de,
en comparación con lo masculino que sería el modelo humano por definición,
tal como lo propusiera Aristóteles en los principios de nuestra cultura.
El discurso del sistema sexo-género falocéntrico
habría construido una tautología: lo femenino es desvalorizado porque
es propio de las mujeres; las mujeres son desvalorizadas porque pertenecen
al género femenino.
En los años 80 y 90, la Historia Social promueve la segunda vuelta
de espiral ascendente del desarrollo del concepto y se comienza a aplicar
el Género como Categoría de Análisis en su vertiente política según la dialéctica
de dominación / subordinación, extrapolable desde la diferencia jerarquizada
entre los sexos –inequidad paradigmática- a las relaciones entre clases
sociales, etnias, razas, diversidad sexual, culturas, es decir, en binomios
de hegemonía/subalternidad (Scott, 1992).
A partir de entonces, hablar de género no es más hablar de subjetividades
a secas, o de subordinación de las mujeres, sino de construcción política
de las subjetividades, a partir de un orden simbólico y un imaginario
social que se constituye jerárquicamente y funciona con una dinámica
de relaciones de poder basada en un modelo binario ancestral de jerarquización
de lo masculino por sobre lo femenino. Esta lógica de poder ha contagiado
simbólicamente otros ámbitos, considerándose
como femenino (incompleto, imperfecto, fallido) lo subalterno, tal como
ciertas profesiones, ocupaciones, países, sujetos particulares, diversidades
sexuales, colectivos marginados, etnias, razas, culturas, aspecto físico,
entre otros.
Actualmente, el concepto género
ha dado otra vuelta más en la espiral ascendente y se refiere a legitimar
la apropiación de los cuerpos por parte de los sujetos, a dignificar
la diversidad sexual, intentando deconstruir los binarismos, denunciando
la biopolítica, la macro y microfísica del poder, en términos
de Foucault, desde una perspectiva post colonial y post moderna (Foucault,
1976). En otras palabras, desde el “descubrimiento” de un núcleo de
género por parte de las demandas de transexualidad de los años 60 hasta
hoy, cuando se revela la existencia Queer o de la diversidad sexual en tanto emergente
global y, dando un rodeo por la historia, la filosofía política y el
psicoanálisis, se retoma a otro nivel el pensamiento crítico sobre la
construcción de los sujetos sexuados (Butler, 2007). Los Estudios de
Género están conscientes hoy de los mecanismos psico-sociales
de poder que construyen y constriñen las subjetividades.
Por lo tanto, nuestra Psicología Social heredera de Pichón Rivière, no puede desarrollarse al margen de las investigaciones
de los Estudios de Género y del análisis de los mecanismos de poder,
dada su propuesta política que la acerca al criterio de Castoriadis, quien sostiene que el espacio psicoanalítico
es una propuesta liberadora (Castoriadis,
1988). Nuestra propuesta de cambio gracias a la práctica de Grupos Operativos,
partidaria de una adaptación activa y creativa a la realidad, no puede
ignorar la construcción de masculinidades y feminidades con sus respectivos
mandatos coercitivos simbólicos y materiales, ni la heteronormatividad
sexual como patrón de medida, ni la construcción de jerarquías por clases,
rangos etarios, lugares de supuesto-saber, entre otros. Son categorías
indispensables para un análisis macro y micro psicosocial al que este
trabajo convoca con la construcción de índices
de evaluación de la equidad de género (Errázuriz, 2014).
En la dinámica de una institución con organigramas explícitos y jerarquías
manifiestas, no resulta difícil detectar las dinámicas del uso y abuso
del poder. Pero, ¿qué dinámicas de poder se
pueden detectar en la latencia de un Grupo Operativo? ¿Qué poder manejan
unos/unas y otros/as: el poder de la resistencia al cambio de los líderes
de retroceso; el poder de estimular la tarea del líder de progreso,
cabalgando muchas veces en el amor de transferencia con el equipo de
coordinación; el poder del supuesto saber de coordinadores
y observadores? ¿Y los silenciosos, el poder que supone incorporar,
observar, analizar sin devolver? ¿Y qué hay del poder de la pregunta,
del señalamiento, de la interpretación y/o del tamiz de la recogida
de emergentes? ¿Desde dónde observamos/coordinamos los grupos? ¿Somos
conscientes los y las coordinadores y observadores de Grupo Operativo
del fenómeno del standpoint que nos enseña la Epistemología de Género? Es decir,
de la objetividad y neutralidad puesta en cuestión por la marca ineludible
del lugar del operador: su sexo, clase, etnia, opción sexual, ideología
política, religión… que tiñe de particularidades su mirada y su discurso…
¿Refleja el análisis clásico de las dinámicas
de los grupos la trama de poder intra-grupo?
¿Se hace manifiesta la jerarquía latente dentro de
la micro-cultura grupal y/o se recogen las asimetrías que se
van gestando en la construcción de los vínculos entre los miembros y
con el equipo de coordinación?
Con el fin de examinar las dinámicas de poder, tanto en instituciones
como al interior de los grupos, especialmente en los Grupos Operativos
que nos conciernen, propongo los siguientes índices
de análisis de equidad de
género, todos ellos inspirados en reflexiones de Cientistas Sociales
de los Estudios de Género.
Primer Índice: índice de equi-valencia, es
decir, de igual valor entre sujetos, independientemente de sus particularidades.
Este índice apunta a evaluar y distinguir la jerarquía latente que al
cabo de un cierto recorrido, se establece intra-grupalmente.
Derivo este índice del trabajo antropológico de Marcela Lagarde quien señala que el principio de equivalencia humana
es el reconocimiento fundamental que anima la equidad para el desarrollo
y la existencia de derechos al interior del ámbito comunitario (Lagarde, 2000).Este
índice, obviamente negativo, resulta claramente detectable en las Instituciones
y Empresas cuya dinámica es explícitamente jerárquica y muchas veces
implícitamente discriminatoria por sexo, clase, opción sexual, raza,
entre otros. En una intervención institucional será puesto en evidencia
por los mismos sujetos o por los sub-grupos segregados. En el ámbito
grupal, sin embargo, su localización resulta más compleja porque la
distribución jerárquica es más ambigua.
En una red vincular grupal se puede observar que la palabra de ciertos
miembros tiene más valor que la de otros, según se haya ido estableciendo
una jerarquía implícita. ¿De qué palabra se fían sus miembros, cuáles
pesan y cuáles son deleznadas? ¿Las intervenciones de cada quien
son consideradas de “igual valor”? ¿Cómo se establece equidad
entre rangos etarios, entre sexos, entre profesiones? ¿Cómo se interseccionan
las variables de sexo, edad, profesión, clase, opción sexual, etnia,
al interior de un grupo? ¿Cómo se puede medir la equi-valencia
entre las producciones subjetivas de los miembros de un grupo?
Ya que a menudo esta red de poder entre los miembros de un grupo
es negada y difícil de trabajar, estimo pertinente una ronda acerca
de:
I°) En qué lugar de la jerarquía
no explícita del grupo se consideran cada uno de los integrantes del
grupo.
II°) En qué posición de equivalencia
se perciben con los demás miembros del grupo y con el equipo de coordinación.
III°) Con el fin de despejar
lo vertical de lo horizontal, resulta apropiado indagar en qué situación
se estima cada uno de los sujetos en su vida cotidiana, con respecto a la equivalencia de los intercambios
intersubjetivos, grupales, institucionales y comunitarios, y su posible
proyección en el grupo que nos ocupa.
Así como en su día aprendiéramos la técnica de la Ronda de Telé,
esta evaluación subjetiva de las jerarquías implícitas, puede hacer
manifiestas las relaciones de poder intra-grupales
como una suerte de mapa relacional, lo que permitiría a los miembros
trabajar en torno a ello.
Segundo Índice: Índice de Reciprocidad,
basado en el concepto de explotación al interior de vínculos asimétricos
por la cual aquel que se sitúa en el lugar hegemónico se beneficia de
una plus-valía de la producción de quien está en el lugar subalterno.
El punto de partida de este índice es la concepción que desarrolla la
cientista política Anna Jonnasdóttir (Jonasdóttir, 1993),
frente a los beneficios que los varones, el Estado y el sistema capitalista,
obtienen a partir de los trabajos no remunerados de las mujeres en su
rol de cuidadoras y reproductoras tanto de la especie como de la restauración
cotidiana de los miembros de la familia, impulsadas por su ética
de cuidado (Gilligan, 1982).
En el análisis de una dinámica grupal, este índice resulta coherente
con la teoría de las Tres D y su lectura política: por
lo general se deposita en ciertos miembros considerados de menor
valor una mayor obligación implícita de producir insumos, materiales
o inmateriales, como compensación a su menor lugar en la jerarquía.
En el grupo familiar, el ejemplo clásico, es aquel de las mujeres, quienes,
además de su trabajo fuera de casa, y del trabajo doméstico (doble jornada),
se hacen cargo del cuidado de niños, ancianos y enfermos, generando
una plusvalía de la cual, no solo se beneficia
su grupo familiar sino también el Estado en las responsabilidades
que éste se ahorra.
Este índice aplicado a los Grupos Operativos u otros grupos con tarea,
no solo mide las producciones materiales de sus miembros, sino también
aquellas producciones de subjetividad que circulan en la latencia, tales
como el conformismo frente al o a los sujetos hegemónicos, benevolencia
hacia ciertas inequidades, y, en el caso de ser depositario de sobre-exigencia,
el desarrollo de una defensa que en términos de la psicoanalista Nora
Levinton se define como “narcisización de
la frustración” haciendo del trámite de esa sobrecarga depositada,
una virtud. (Levinton, 2000).
Al igual que para el índice de equivalencia, una indagación acerca
de los “insumos” materiales u otros que circulan intra-grupo
de manera implícita, resulta pertinente. En mi experiencia, yo incorporo
para ello la técnica que elaboró Hernán Kesselman
de psicodrama operativo, que consiste en introducir
ciertas consignas de juego dramático tales como escenas temidas, episodios y su inversión de roles, entre otros.
Tercer Índice: Índice de Excentricidad
y marginalidad. Podemos asimilarlo al vector pichoniano
de “pertenencia / afiliación”.
a) En su vertiente política, este índice se inspira en el pensamiento
de la afroamericana Estudiosa de Género, bell
hooks (Gloria Watkins) quien hace un fino análisis de la
intersección entre género, raza y clase que el capitalismo utiliza para
su beneficio en la perpetuación de la inequidad y dominación. Este índice
se refiere al lugar que ocupa el o la sujeto -o que considera que ocupa-
en la trama vincular, ya sea grupal, institucional o comunitaria: se
trata de hacer manifiesta su situación topológica, ya sea en el centro o en los márgenes de dicha
trama (hooks, 1990). Parte de una reflexión
sobre la segregación y marginación que encuentran las mujeres en los
estratos de poder, y las mujeres negras en particular en las sociedades
de dominación de la raza blanca.
b) En su vertiente psico-social, este índice
se basa en la terminología de Teresa de Lauretis,
estudiosa de la Tecnología del Género, al referirse a los/las sujetos excéntricos como aquellos que están
en off (De Lauretis, 1991) (Errázuriz, 2006), o que así se sitúan, por fuera del foco de lo
central de la escena.
c) En su vertiente filosófica, dice relación con el concepto de inmanencia de la existencialista Simone
de Beauvoir –contrario a aquel de trascendencia
de quien elabora un proyecto autónomo deseante- que iría acompañado
de mala fe en aquellas mujeres que aceptan
pasivamente la subordinación a un varón
a cambio de una supuesta protección (De Beauvoir, 1949 / 1962-2000)
(Pateman, 1995) .
En el caso del ámbito grupal, yo propongo analizar la vivencia de
posiciones topológicas de los miembros dentro de la trama en cuestión,
a partir de:
a.- Marginalidad pasiva de aquellas o aquellos miembros que aceptan
situarse en lugares subalternos y obedecen los mandatos implícitos del
discurso hegemónica del grupo.
b.- Marginalidad operativa, aquellas o aquellos, que sin poder modificar
una jerarquía consolidada y estereotipada dentro de un grupo, viven
el margen creativamente como un punto de fuga frente a las dinámicas
de poder. Devienen, en términos de la filósofa Celia Amorós, sujetos
verosímiles que manifiestan, explicitan y trascienden los mandatos que
les son egodistónicos (Amorós, 1997). Esto empuja a los y las sujetos
a activar su marginalidad y hacerla operativa.
Cuarto Índice: Índice de Inserción
en la Diferencia. Este índice
está diseñado para analizar aquellas iniciativas de grupos discriminados
y/o segregados en una Institución o en el Ámbito Comunitario, y resulta
muy pertinente en la observación del empoderamiento (como expresión
del vector aprendizaje) en grupos de mujeres y de
la diversidad sexual. Va asociado a lo que hemos llamado marginalidad activa y operativa, y al principio de equivalencia.
Consiste en la capacidad de hacer de los márgenes el centro y trabajar
haciendo conscientes los mandatos hegemónicos internalizados que se
viven en ego-distonía, incluso en un continuo de sufrimiento psíquico,
con el fin de deconstruirlos. Al interior
de un grupo, este índice se refiere a la inserción sintónica en aquella
diferencia que se adjudica el grupo a sí mismo o que ya viene adjudicada
en otro ámbito, ya sea por el imaginario social o por el orden simbólico.
En un grupo, la revisión pasa por desentrañar los mandatos latentes
frente a la construcción de algunos Yo Ideal que imponen criterios implícitos
de evaluación que atentan contra la equi-valencia
de los miembros. Resulta interesante discernir los Ideales del Yo de
los participantes, los mandatos superyoicos
y su resonancia frente al Yo Ideal, depositario éste de la norma y que
deviene, de manera inconsciente, portavoz de los mandatos hegemónicos
del Sistema sexo-género. Por más que un grupo se construya sobre un
supuesto de homogeneidad entre sus miembros (solo mujeres, por ejemplo)
la dinámica grupal incluirá forzosamente la proyección / depositación
/ asunción de los mandatos mencionados en miembros que se harán cargo
de figuras de Yo ideal “colaboradores” del discurso coercitivo y dominante.
Este último índice también se puede trabajar desde el psicodrama operativo ya mencionado, especialmente
en cuanto a revisar escenas temidas de segregación, desvalorización
o inequidad.
Como conclusión, este trabajo propone la aplicación de estos índices de equidad de género en el análisis
de toda red vincular grupal, que sin estar explícitamente institucionalizada,
genera en torno a la tarea que se propone, una distribución, no solo
de roles, sino de lugares jerárquicos con sus consabidas dinámicas de
poder. Planteamos esta operación para flexibilizar los estereotipos
grupales, morigerando o al menos haciendo circular los malestares fruto
de las asimetrías entre los intercambios de los miembros.
La agrupabilidad lleva consigo un proceso
inconsciente de acomodación jerárquica, por sexo, clase, rango etario,
supuesto-saber, etnia, opción sexual, entre otras variables, que no
es más que el reflejo de lo que ha cristalizado el sistema sexo-género
existente. Sin embargo, estos ajustes jerárquicos, si bien racionalmente
puedan tener una base que los respalde (rango
etario, distintos niveles de formación, curriculum vitae “de excelencia”),
alteran el principio de equi-valencia humana, y si este “ordenamiento”
jerárquico no circula en lo explícito y en lo manifiesto, generará un
malestar perjudicial para la construcción grupal operativa. La fantasía
de equivalencia horizontal que sugiere el hecho de juntarse entre sujetos
en dinámica de pequeño grupo, se ve frustrada por la jerarquía implícita
y latente que se instala en el deslizamiento desde los estereotipos
del imaginario social y del orden simbólico al interior del grupo. Si
esta dialéctica entre escenario deseado y escenario temido no es revisada,
será continua fuente de obstáculos para cualquier tarea y su progresión.
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