CLÍNICA DE LOS VÍNCULOS DE LA FAMILIA CONTEMPORÁNEA DESDE LA CONCEPCIÓN GRUPAL OPERATIVA

  Alicia Monserrat

 


l. A modo de introducción

Elaborar una propuesta para comunicar significa, por lo menos, abrir algunas de las vías al diálogo a manera de hipótesis. Hoy sabemos que, desde nuestra concepción del psicoanálisis familiar contemporáneo, hay una multiplicidad de aportes que aún debemos dilucidar para ampliar nuestros abordajes en una sólida construcción metodológica y teórica. 

Lo que quiero trasmitir se refiere a la concepción vincular ante los cambios de la familia contemporánea. Creo que la noción de vínculo puede acercarnos a una comprensión de los fenómenos que intentamos abarcar, y que puede plantearnos toda una serie de temas y estimular la investigación de las configuraciones familiares.

Pensamos desde la concepción operativa que la organización psíquica surge como producto de una trama vincular; su estructura puede ser pensada como grupal; su dinámica es una “dramática”; el encuentro con lo diferente (tanto con “el” otro como con “lo” otro) es una condición en el grupo. Este espacio de encuentro y desencuentro de sujetos vinculados alrededor de alguna tarea en común será el escenario privilegiado para el despliegue de estas mutaciones organizativas familiares y la posible inserción de un proceso transformador, no a salvo de su carácter “problematizador”.

Diferentes autores, entre otros E. Pichon-Rivière; J. Bleger o A. Bauleo, en el encuentro con la patología sitúan las problemáticas familiares en la concentración de la rigidez de sus vínculos, aunque sería más adecuado utilizar el concepto de estereotipo. (El estereotipo se refiere a defensas más o menos fijas, que pueden o no haber sido incorporadas al carácter; en este último caso serían los rasgos reactivos de Freud y Fenichel). Éste impide que se muestre la potencialidad de lo oculto, pero no lo constantemente activo y, a veces, de manera perturbadora. Este malestar familiar, con los síntomas como emergentes del sufrimiento, va a generar la demanda de tratamientos sobre la familia que llega a nuestras consultas.

En la clínica grupal familiar vemos cómo se establece una tendencia del grupo internalizado durante el desarrollo infantil o grupo interno, a “dominar” sobre el grupo externo o real, como tentativa de paralizarlo e impedir que éste siga siendo una base y/o un estímulo para la reconstrucción del grupo interno de cada sujeto. Desde la intervención del analista, se impone que en la trama común familiar constituida se puedan reconsiderar los vínculos de los miembros, y facilitar el conocimiento de aquellos causantes de padecimientos, resistentes a una modulación que les permita la adaptación activa a la realidad.

Mostraré material clínico de un grupo familiar, en el que en la configuración del vínculo de alianza una pareja, en funciones parentales, sustenta la instalación de espacios posibles que permiten “lugares” en la red vincular para los hijos y por ende su formación internalizada.

II. Relato clínico: experiencia terapéutica

Momento de la demanda de consulta

La familia acude por indicación del analista de Javier (el padre) que está en tratamiento hace más de tres años. Paloma (la madre), también lleva más de siete años en psicoterapia, por síntomas depresivos que se complicaron con la aparición de la anorexia de Natalia (la hija menor), a los 14 años; actualmente tiene 17. Además, componen la familia Cristián, de 21 años, y Marisa (la mayor), de 22.

Sin entrar en demasiados detalles, haré una breve descripción de ciertos hechos ocurridos alrededor de la anorexia de Natalia, que había sido entrenada desde muy pequeña para competición en gimnasia rítmica, con disciplina alimentaria y horarios extremadamente restrictivos. Había entrado tardíamente (casi a los 14 años) a la pubertad. Según Paloma, después de la aparición de la menarca abandona de un día para otro la actividad gimnástica, y “la niña” comienza a engordar. La madre la pone a dieta y a partir de entonces Natalia “se pone obsesiva con la comida”. La llevan al médico de familia, que a su vez los deriva a un servicio de adolescentes, con diagnóstico de cuadro anoréxico.

Marisa aparentemente no presenta conflicto alguno, aunque carga sobre ella varias responsabilidades y, en consonancia con una línea femenina-materna, apoya a la madre en todo el trabajo que ha acarreado Natalia a toda la familia. Coincide en el tiempo que al padre le detectan una dolencia cardíaca, por la cual lo someten a cantidad de pruebas, y es justamente un especialista que visita quien le aconseja un análisis personal, debido a un estado de ansiedad excesivo que podría ser perjudicial para su curación.

Después de trascurridos un par de años de tratamiento, el analista le aconseja a Javier una terapia familiar. Javier ha sufrido una recaída considerable de su estado emocional, con niveles de angustia desbordantes que, según sus expresiones, era causada por “una desilusión muy grande con su único hijo varón”, que había decidido abandonar los estudios de ingeniería para abrazar la vocación de músico.

Esta situación pone a prueba a todos los miembros de la familia, en la que más que nunca la pareja parental muestra su alianza frente a una clara oposición de los hijos hacia ellos. La pareja se lamenta de esta situación porque siente que se han sacrificado “mucho por los hijos”. Llevan más de veinticinco años juntos; se conocieron de forma casual y su “primer encuentro” fue definitivo, porque “para siempre iban a estar unidos”. Él está especializado en Historia del Arte y ella es profesora de Historia.

En las primeras entrevistas diagnósticas el grupo familiar se debate en la elaboración de su dificultad de comunicarse. Los padres no pueden aceptar que su hijo no quiera estudiar sino “probar suerte con la música llevando una vida bohemia y sin proyectos serios… cuando podría vivir bien”, refiriéndose a que, como es el único hijo varón, estaba en condiciones de hacerse cargo de la conducción de los diversos proyectos de la empresa familiar. “No puedo comprenderlo, no acepto que decida quedarse con la música”, se lamenta el padre. La madre oscila entre reprocharse y creerse la causante de que él eligiera esa opción. “Le estuvimos mucho encima, se asfixiaba, y se decide por otra cosa”. Alternativamente descalifican al hijo, diciendo que “es un inconstante, que no le gusta el esfuerzo y opta por lo más fácil”. La hija mayor, Marisa, arquitecta, quiere irse a vivir sola, después de haber empezado a trabajar en un estudio de arquitectura pero, como los padres piensan que no es un buen momento, porque están muy atareados con la anorexia de Natalia, desiste y sigue viviendo con ellos.

En la primera etapa del tratamiento se constata un nivel de “aglutinación” de los miembros que establecen una transferencia idealizada del espacio de análisis familiar, ya que constituía un lugar de refugio, y estar en él les producía un gran alivio; era como recuperar una unidad mítica familiar y de este modo la expresaban en las sesiones: “La familia unida jamás será vencida”, o con imágenes bíblicas (sentimientos contra-transferencia de imponerse). Se defendían así con una gran ilusión, para negar la problemática de lo particular y la emergencia de las diferencias.

Esto necesitó de un proceso donde se trabajó el pasaje de la ilusión a la desilusión. En varias oportunidades Javier (el padre), un hombre que desde su profesión es portador de una alta especialización en Historia del Arte, asocia esta situación a uno de los pasajes bíblicos que representa la “filoxenia”: la llegada de tres ángeles, hipóstasis de Dios, que son acogidos y agasajados por Abraham y Sara. En esa escena queda planteado el deber religioso de “hospitalidad”, en el sentido más amplio de recibir fraternalmente al extranjero como si fuera un enviado de Dios. Esto dio pie a una serie de asociaciones que resultaron altamente constructivas para la voluntad consciente de entender a esos “jóvenes hijos”, “esos molestos” [alteridad]. La elaboración progresiva de esas representaciones con el añadido emocional de sus encuentros permitió un nivel de profundización en la idea de que no había un mundo único entre ellos, y esto facilitó la posibilidad de advertir que existían “muchos mundos”.

Esta familia ha ido asentándose en el setting, es decir, ha recorrido una serie de experiencias desde el inicio del proceso del psicoanálisis familiar, que ha insumido la temporalidad necesaria para el trabajo de diferenciación (vínculo) esencial (mundo interno) para que la cooperación y la pertenencia se hiciera posible.

Así, comienzan a tomar forma otras representaciones temidas que habían evitado plantear hasta ahora, colocando tanto la demonización en Cristián y el opuesto, la angelización, en Marisa. El lazo parental era visto como algo imposible de ser diferenciado, un “padre-madre” monolítico; “los intocables”, como los llamaba Natalia.

Alcanzado el nivel más diferenciado entre ellos, traigo aquí secuencias de sesiones que muestran la aparición de una elaboración conjunta de sus lugares en esta trama, con ansiedades confusionales diversas, para dar pie a una producción de algo inédito y la vez ya conocido de este grupo familiar, que forma parte de su constitución.

En este momento Cristián está mudándose de la casa familiar a un sitio para compartir con un amigo de un grupo musical.

Sesión después de las vacaciones de invierno

Falta el hijo varón, que todavía no ha llegado. Se percibe una atmósfera de confusión con alusiones a que no saben dónde sentarse; la analista interviene: ¿A qué sitio están haciendo referencia, al de afuera o al de aquí en el análisis? (Vienen de un festejo familiar, donde han estado presentes parientes de distintas generaciones, hasta el bebé de una sobrina, hija de una hermana de Paloma).

Continúan haciendo apreciaciones sobre el festejo durante un tiempo, en el cual primero decae el entusiasmo y luego se transforma en un clima de incomprensión que se detecta desde el vínculo contra-transferencial. Después se producen momentos repetitivos del análisis familiar hasta que llegan a un silencio profundo.

La analista interviene para comentar que parece que todavía están esperando que llegue “alguien”, o Cristián, para poder continuar.

Comienza a hablar el padre tímidamente de sus dolencias corporales, de sus operaciones; comenta que se ha enterado de la muerte de un amigo de la infancia y adolescencia. Continúa predominando la sensación de tristeza. Paloma (la madre) recuerda la muerte de su padre; en ese momento llega Cristián, treinta y cinco minutos tarde; interrumpe a la madre y ésta, disgustada, dice “otra vez”, mirando a la analista. “¿No ve que siempre está fuera, en su mundo?” y continúa el relato del vínculo con sus padres. Dice que ella no hubiera cometido esa “falta” de su hijo hacia sus padres, y asocia un recuerdo de que sus padres se separaron cuando ella tenía cinco años por una relación extramatrimonial. Agrega que Cristián debe tener la idea de que está tomando clases de baile en vez de venir a la terapia.

Marisa se siente aludida por lo que ha dicho su madre, y replica que es ella la que toma clases de baile de salón y comenta que su cuerpo se mueve a un “ritmo” armónico, gozoso.

La analista señala las vinculaciones entre las dolencias de Javier, padre, la muerte del amigo, las ausencias y el recuerdo de la separación de los padres de Paloma y también los sentimientos de lo gozoso, armónico de Marisa.

Cristián interviene en tono quejoso justificándose de su tardanza porque tuvo que realizar un recado, ya que desde que vive solo son muchas las cosas de las que tiene que ocuparse.

Y entonces el padre dice: “No hago nada”.

La analista siente que se ha reeditado una resistencia a los cambios vinculares habidos ente ellos y que Javier manifiesta desvalorizándose, mientras que Cristián, al llegar tarde, como en otra etapa de la terapia, se queda afuera de una parte nueva y/o se reeditan los antiguos vínculos entre ellos. Se hace dificultoso poner en palabras lo que significan para cada uno en su mundo interno los cambios de roles dramatizados en el mundo externo en esta sesión.

En la siguiente sesión

Natalia (la menor) trae un sueño. Han estado todos en la playa, como cuando eran pequeños, la madre asocia que Natalia, cuando tenía tres años todavía no controlaba esfínteres; el padre señala que en esa época fue sometido a la primera operación.

Cristián comenta que no se dio cuenta de la operación del padre, pues él tenía solo ocho años.

La atmósfera grupal familiar es más dinámica que en la sesión anterior.

Marisa dice que ahora va comprendiendo que siempre cuida a los demás, pero aquí se deja cuidar; ella reclama afecto, y sobre todo que su madre no la confunda con Cristián.

El padre trae otro sueño. Iba a un partido de fútbol a encontrarse con sus amigos y estaba su padre y el amigo que acaba de morir; al verlos se pone a llorar y dice que es él el que está en el hospital y al mismo tiempo su padre y su amigo lo abrazan y lo consuelan.

Asociaciones: El padre dice que le hace pensar que está aquí en un hospital donde todos sufren algún malestar; Cristián dice que ha pensado mucho sobre si sus padres caen enfermos y se mueren.

La analista intenta intervenir, pero la madre comienza a decir que lo que está contando Javier de su padre y del amigo, la hacen pensar que no podría vivir sola con sus hijos, sin su marido, que ni ha pensado en el divorcio, que la pareja es indisoluble, y que eso le resultaría mortal.

La analista les dice que parece que haber logrado que cada uno de sus hijos sea autónomo de los padres lo vivan como pérdidas mortales.

Javier dice que de pequeño vivió muy alejado de su padre porque al tener muchos hermanos, él fue entregado al cuidado de su abuela hasta la muerte de ésta, cuando comenzó la adolescencia. A partir de ahí sus padres decidieron que él volviera a vivir con ellos, pero él siente que a su vez siempre tuvo que consolar a sus progenitores de la muerte de sus propios padres.

La analista interviene a modo de interrogación: Y a usted, ¿quién lo consolaba? o ¿cómo se lo consuela en este lugar?

Natalia, como descolocada, en tono sorprendido dice: “Pero si la muerta era tu abuela-madre, y a ti te abandonaron en la casa de ella ¿cómo era eso? Tú, papá, habías perdido a tu verdadera madre, y tenías que consolar a los abuelos”, refiriéndose a los padres de Javier.

La madre recuerda que cuando era pequeña no entendía en qué lugar vivían los muertos.

Cristián dice con arrogancia: “Depende de si son bautizados o no; si no, irán al limbo”.

La analista señala que hoy oscilan aquí entre un “hospital” familiar y el limbo, o sea si van a ser cuidados o a la buena de Dios, como a Javier, que los padres “dejaron” en casa de los abuelos, como un ángel.

Solo ahora, y de una manera mesurada, los padres hablan de los padres autoritarios, de madres absorbentes, muy frías por dentro y víctimas por fuera del abandono que sufrieron, y la culpa que han experimentado por sentirse causantes de las situaciones de sus padres.

Los tres hijos contemplan a sus padres, Javier y Paloma, con acogimiento y sorprendidos se miran entre ellos.

Marisa dice, preocupada: “Nuestros padres han estado muy solos”.

La analista agrega que si los hijos crecen y se van, parece que se reproduce la misma situación de cuando los padres eran pequeños.

El padre comenta sobre las paradojas de la vida, pues él vino pensando que los hijos eran unos desagradecidos y se da cuenta de algo que nunca había pensado y es que sus padres lo habían dejado abandonado con sus abuelos. Y en tono de reflexión agrega que es difícil pensar esta situación como algo nuevo que tienen que vivir, que nadie va a abandonar a nadie de esta familia que hemos hecho entre todos –enfatiza–, y mira a su esposa.

Y agrega la analista que separarse les produce mucho dolor. (Fin de la sesión).

Comentarios

Lo que se muestra en esta sesión de después de vacaciones es que se observan claramente deslizamientos desde el grupo familiar externo al grupo terapéutico.

En el grupo actual emergen situaciones de ansiedad confusional, la proyección del mundo interno traído desde afuera (grupo actual) en el mundo externo (encuadre y atmósferas contenidas); no saben dónde se encuentran, comienzan a resquebrajarse ciertos modos indiscriminados, la casa familiar y el lugar en el espacio analítico.

A menudo, en los grupos familiares, en los momentos en los que se deben afrontar cambios de estructura que la tarea situacionalmente reclama –en este caso la autonomía de los hijos fuera del habitat familiar– aparecen manifestaciones que señalan los puntos de pasaje hacia una mayor discriminación entre yo y no yo; entre mundo externo y mundo interno; entre el grupo familiar interno-externo. En este encuadre grupal (interno-externo) es donde cada uno de los componentes del grupo es depositario y por momentos puede actuar roles correspondientes a vínculos y objetos internos de los otros.

Lo que se proyecta en la conformación grupal familiar no es sólo un contenido mental o un sentimiento, sino una serie de vínculos con sus propias atmósferas, instaladas en lo externo.

La modificación o la ruptura del encuadre produce emotividad (sesión de después de Navidad), donde la distinción entre sitios y roles de los miembros emerge como sentimiento de desorientación. ¿Dónde están? ¿En qué sitio o en qué grupo, aquí con mis hijos, o en la casa de mi familia con los abuelos, con mis padres? Es una demostración de lo que sucede cuando se rompe y se reorganiza la idea de grupo familiar.

En la primera sesión se establece una comunicación pre-verbal, que es un vínculo no susceptible de provocar recuerdos, asociaciones de ideas ni pensamientos (es la analista quien representa la memoria y actualiza la historia de la familia entre el dolor-muerte y la del baile en relación a su padre). De todos modos, esto sirve al proceso grupal familiar de trasfondo, de marco, como conjunto de constantes, y se manifiesta permitiendo el desarrollo en el cual se hicieron los cambios de situaciones.

En la segunda sesión presentada, el grupo familiar avanza en la elaboración, con mayor interacción propia de su organización, trayendo los dos sueños.

Los niveles de interacción permiten la aparición de defensas neuróticas y hay, por tanto, un inicio de una interacción más organizada entre los miembros de la familia, donde predomina la cooperación.

En el grupo familiar se produce un escenario idealizado (cielo) como protección de los objetos, dominado por fantasías familiares de abandono. Los miembros del grupo familiar expresan que ante tantas intimidades, ahora encuentran la marca de algo familiar, pero tendrán que ser diferenciados (bautizados) o permanecerán indiscriminados (limbo) ambos lugares familiares cíclicos con connotaciones fragmentadas de cada subjetividad.

Se constata en el inter-juego vincular que se propicia más la revelación de lo compartido, lo que al mismo tiempo les resulta extraño. “Los padres han estado muy solos, sin padres”.

En la relación con la transferencia grupal, la importancia de ciertas interacciones pareciera no tratarse tanto como reedición sino como la continuación pura y simple de la relación materna y paterna. En este sentido, creemos que con este grupo familiar el papel crucial del analista como “objeto nuevo” otorga una dimensión de incógnita y de expectativas para afrontar la remodelación de los movimientos psíquicos grupales, que se desarrollan en el marco del tratamiento. No obstante, lo que va emergiendo afecta en primer plano a la persona del analista y su capacidad de elaborar su propio grupo de pertenencia familiar y expectativas teórico clínicas, si se cumplen o no, ya que tenemos expectativas aunque pretendamos lo contrario.

El trabajo terapéutico con este grupo familiar posibilita una situación que permite compartir e intercambiar recuerdos cotidianos entre los mismos que constituyeron esos “otros”. Los recuerdos producidos acercan, despiertan afectos hacia aquellos con los que pueden ser compartidas las experiencias vividas. Permiten aceptarlos en lo igual y finalmente “apropiarse” de ellos, cuando se reconocen y toleran sus diferencias (I. Berestein, R. Monguillanski, J. Puget). La confidencia teje un lazo afectivo, cuya dependencia hay que poder disfrutar, sin el temor de ser engullido o rechazado y abandonado en las fantasías estereotipadas familiares. La modalidad vincular intrusiva y de imposición (afectada por la erótica anal, capaz de producir explosiones así como logradas sublimaciones) es habitual entre ellos. Con los hijos y con el analista familiar se va transformando. Es así que cada miembro de la familia empieza a conectarse con el otro reconociéndolo en su alteridad, en aquello incognoscible y por descubrir.

Esta comunicación familiar alcanzada expresa la posibilidad de producir y preguntarse sobre el anudamiento del deseo del proyecto y la fantasía parental, con el conjunto de los lugares de la estructura familiar, la que a su vez está anudada al sistema de parentesco de un determinado medio social.

En sesiones posteriores

Conforme vamos trabajando con los proyectos de cada uno, no eran reconocidos si no se ajustaban especularmente a los ideales paternos, nos centramos en la posibilidad de que cada uno vaya reconociéndose en sus propios deseos y proyectos.

La menor, que presentaba síntomas peligrosos de anorexia (fijaciones orales), empieza a tener un buen desarrollo social, puede hacerse un lugar en sus pequeños incipientes proyectos y estabiliza su peso. La que deseaba mudarse puede hacerlo por ella misma, y la enfermedad de la hermana deja de ser un impedimento para su mudanza. La menor a su vez elige una analista individual que le recomienda alguien por fuera de la familia e intenta recortar su propio espacio como forma de defenderse de la intrusión de los padres. Se elaboran las dificultades para aceptar las diferencias, mejora la relación sobre todo con el hijo músico, emergente del malestar familiar que motivó la consulta. Éste comienza a ser valorado por sus logros.

La modalidad del matiz vincular prepotente e intrusivo va girando a una modalidad receptiva de curiosidad por el hijo y por los logros que laboralmente va teniendo con la música. En los últimos tiempos cuentan con orgullo cada una de las cosas que ha conseguido realizar. Relatan con admiración cómo está puesta su casa con un estilo “minimalista”, donde ya ha podido hacerle lugar al estudio y a la vivienda; esa misma casa era antes mencionada como desarreglada y desastrosa.

Las distancias se acortan porque se abre la posibilidad de un intercambio con el otro, donde las relaciones no se basan en lo forzado de los ideales impuestos sobre los hijos, en “lo dicho” si no “en el decir”, donde están abiertos al devenir.

Las perspectivas de la escena grupal familiar: A modo de conclusión

Desde una perspectiva vincular de la concepción grupal operativa, en cuanto se produce una situación grupal familiar y siendo el escenario familiar el substrato del nacimiento de la individualidad, como resonancia se despliegan las respectivas áreas, con los juegos fantasmáticos.

El grupo (familiar) se ha transformado en una máquina demoledora de máscaras que se ajustarán así a la imagen interna y a la realidad externa, disminuirán el sentimiento crónico de inseguridad y la ambigüedad grupal, se disolverán los estereotipos a favor de la plasticidad y movilidad de roles y funciones. (A. Bauleo, 1989).

Es función del grupo familiar ofrecer un “regazo” contenedor y acompañador que, como tal, se requiere para que el vínculo primario se restituya, para que sus sentimientos de apego y de confianza básica puedan establecerse o restablecerse y para que el desarrollo del psiquismo de sus miembros pueda darse o reabrirse sin sobresaltos.

Todos estos factores que se entrecruzan durante la constitución de nuestra subjetividad producen sus efectos en ese espacio marco de la cura familiar.

Sin embargo, los roles paternales y filiales que se juegan dan vigencia a objetos de reafirmación narcisista que habitan en el grupo interno y quizás con mucha permanencia retrospectiva. Entonces, ¿no podríamos decir realmente que el grupo familiar está bajo la presión de unos acontecimientos que acompañan y sostienen el pasado invariante y un futuro a construir?

El tiempo del trabajo grupal operativo con las familias, se abre, se despliega, ya no está reducido al pasado-presente que lo rigidiza e inmoviliza. El “destino” se transforma en historia contextuada. Este segundo tiempo es el que genera otras vías, antes cerradas, o tiende puentes sobre los abismos vinculares.


Bibliografía

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Bauleo, A. (1997): Psicoanálisis y Grupalidad. Clínica de los nuevos objetos, Buenos Aires, Paidós.
Faimberg, Haydée (1996): “El telescopaje de las generaciones”, en Kaës, et al.: Transmisión de la vida psíquica entre generaciones, Buenos Aires, Amorrortu.
Green, Ikonen, Laplanche, Rechardt y otros (1991): La pulsión de muerte, Buenos Aires, Amorrortu.
Green, André
(1972): De locuras privadas, Buenos Aires, Amorrortu, 1990.
Hachet, Pascal (1997): “Criptas y fantasmas en toxicomanía”, en El psiquismo ante la prueba de las generaciones, Buenos Aires, Amorrortu.
Janín, Beatriz (1994): “Los adolescentes actuales y el vacío”, en Actualidad Psicológica, Buenos Aires, n 212.
Pichon Rivière, (1981) “Teoría del Vínculo”, Nueva Visión. “El proceso grupal, del psicoanálisis a la psicología social. Tomo I y II, (1981), Nueva Visión.
Winnicott, D. W. (2004): El hogar es nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidós, p. 182.